Iba arreglada de forma sencilla, con mis deportivas y mis gafas de sol. Hacía mucho frío. Necesitaba el anonimato y pasar muy desapercibida.

Me dirigía hacia el mercado, que cada día estaba más bonito y cuidado, y en el que el bullicio y alegría que generaban  las ventas en esos días era palpable. Estaba  lleno de vida, de niños y mayores y de pequeños restaurantes que  servían comida a buen precio.

Fui de puesto en puesto y sobre todo a aquellos en los que compro con cierta asiduidad para felicitar a mis tenderos.

En uno de ellos estaba “mi pollero” con su stand lleno de perdices, pollos, conejos, pavos, huevos y siempre con una sonrisa en los labios.

Pero yo sé su verdad. Un día me la contó: sus ventas no llegaban para poder pagar la hipoteca de su piso, que compro al casarse, y devolver también el crédito que había pedido para sufragar  las mejoras en las cámaras congeladoras de su puesto en la pollería. Me saludó cordialmente, con amabilidad  y simpatía. Es recíproco. Le tengo un gran cariño por su profesionalidad, honradez y capacidad de esfuerzo.

Entre otras cosas me dice que tiene lotería de Navidad  y que este año sí que va a tocar.

Hablar con el chico me provoca el estímulo de regresar atrás en el tiempo y a la vez de mirar adelante. Él tiene unos 30 años y yo bastantes más. A él le agobia de forma distinta el futuro que a mí. Yo no tengo deudas y me siento privilegiada por ello y  a la vez admiro la lucha del chaval para hacer de su puesto un agradable lugar.

Estaba dicharachero y  me contaba  las virtudes de sus viandas  evitando hablar de cosas tristes o preocupantes de su vida.

–  Pues sí señora, cada año igual: de nuevo Navidad. Llevamos veinte días preparando todo en casa  para nuestra cena de Nochebuena, pues tanto mi mujer como yo trabajamos y mis padres son muy mayores. Les recogeremos por la tarde para  traerlos a casa. No quiero estar sin ellos. Son muy importantes para nosotros y para los niños. Ya tenemos en el congelador los langostinos y el cordero que cenaremos esa noche. Mis hijos adornarán el árbol como lo hemos hecho siempre, pero ahora les toca a ellos que ya tienen 12 y 13 años. Puf¡ mire que pronto pasa la vida!

– Te entiendo perfectamente Juan, a mi me llegan los recuerdos de otra Navidades no tan lejanas y siempre muy presentes en  mi corazón. Recuerdo aquellos días cuando todo  sabía a Navidad,  con mis padres que se nos fueron,  y con los que faltan por otras razones. No, no es la misma Navidad y menos su sentido, con tanto gasto al que de una forma u otra nos obligan.

– Tiene razón. Mi hermana mayor,  que ha quedado viuda tan joven, se va a la India, como el año pasado, a realizar obras sociales porque dice que aquí se siente muy superflua y encima la critican. Muchos y mal pensados creen que lo hace por otras razones, pero ella actúa según su conciencia. Además a ella no le gustan estas fiestas, porque recuerdan a su marido que adoraba y además no tiene hijos; así que se siente feliz allí aunque sabe que también hay necesidades en nuestro país, pero dice que está todo tan politizado que no le interesa.

Hablamos de todo un poco, mientras se me iba encendiendo una idea en la cabeza.

–  Oye Juan ¿ llevaría tu hermana con ella a otra persona más, en calidad de ayudante? Ella está desilusionada de todo y acaba de separarse y tampoco tiene hijos. Además hace poco sus padres fallecieron en un accidente.  Estoy segura que le vendrá bien la aventura tan diferente.

– Se lo diré, señora. estoy seguro que le encantará porque ella dice que lo de hoy no es Navidad.  Deme el teléfono de su amiga y la llamará seguro, porque esto le gusta a mi hermana.

Me despedí de Juan y me dirigí a saludar a otros de mis amigos tenderos.

Y así fue como mi amiga empezó a  pensar si ese  viaje improvisado valdría la pena para vivir algo tan diferente.

Unos días antes  de la partida para la India, por la noche,  en casa de la hermana de Juan se reunían los miembros del grupo que iban a cambiar su Navidad tradicional por algo muy distinto. Pero mi amiga no aparecía y la hermana de Juan fue a buscarla.

La encontró en el patio de la casa,  sentada en el suelo, rodeada de personas a las que había adornado con guirnaldas de colores y donde los niños jugaban con  bolas brillantes. Ella con un gorrito rojo en la cabeza y una pandereta cantaba villancicos  y todos la acompañaban con palmas.

En un rincón del patio había colocado una mesa con  turrones, mazapanes, y sidra. En otro rincón había colocado aquel  belén  que bastantes años atrás había hecho  en  su clase de manualidades y que ya nunca ponía en su casa.

No hablamos del tema hasta pocos días antes de salir hacia la India.

– Lo que viste el otro día en el patio de la casa eran en realidad las autenticas Navidades que siempre viví con mis padres y mi marido y que no vivía desde su muerte. Por eso decidí recuperarlas con gente del barrio y me sentí llena de felicidad compartiendo esa noche con ellos. Ahora sí estoy preparada para ir a la India y vivir otra segunda  Navidad. Al menos para mí.

Emocionada pude abrazarla en silencio.