Unos dicen que han sido 1,8 millones los manifestantes en las calles de la Ciudad Condal; otros, que 500.000. En cualquier caso, una masa social muy relevante que demuestra el problema que existe en Cataluña respecto a su pervivencia en el Estado español, y que no se puede ignorar como desean algunos responsables políticos.

Y precisamente este día me he topado con un testimonio indignado y hastiado con el que me identifico plenamente. El programa radiofónico más escuchado de las tardes españolas lo dirige un periodista catalán llamado Carles Francino. En su editorial de ayer, 11 de septiembre, Francino confesaba su hartazgo y cabreo por los ataques que recibía de un lado y de otro. En Madrid por ser considerado un separatista catalán, y en Cataluña por ser considerado un catalán españolista y, por lo tanto, no del todo catalán.

No puedo más que estar de acuerdo con las palabras del periodista. Por desgracia, estamos ante un nuevo ejemplo de cómo las banderas, sean de España o de Cataluña, pueden ser usadas para sembrar el odio.

Es legítimo desear la independencia de Cataluña, y la falta de cauces legales para que el pueblo pueda expresarse resulta lamentable, como también es lamentable que los españoles no puedan votar si desean una monarquía o una república, pero como siempre en estos casos, los más radicales se han apropiado de una enseña, en este caso la senyera o la estelada, para instalar un pensamiento único en el que muchos catalanes no caben, como pudo verse en una tertulia de televisión en la que el líder de un partido catalán contrario a la independencia fue insultado y abucheado por el público, hasta el punto de que tuvo que salir escoltado por agentes del orden.

Este radicalismo agresivo, que también ha tenido su ejemplo en lado opuesto, en este caso a cargo de grupos de la ultraderecha española, es una prueba más del éxito cada vez mayor de los que se limitan a sembrar odio y que contribuyen a dividir aún más a la población, ya no sólo entre Cataluña y el resto de España, sino también dentro de la propia Cataluña.

Muy curioso resulta, en cambio, el papel de algunos grupos de influencia en Madrid, que propugnan la permanencia de Cataluña en España pero día a día desprecian a esta comunidad y tergiversan informaciones para avivar entre los españoles la rabia contra Cataluña. Sin ir más lejos, el mismo día 11 una televisión perteneciente a la Conferencia Episcopal Española y caracterizada por su línea editorial derechista, mostraba el caso de una ciudadana de Castilla-La Mancha que no podía recibir un tratamiento en un hospital de Barcelona por no ser catalana, lo que transmite la imagen del pueblo catalán como un pueblo miserable, algo tremendamente injusto cuando la Comunidad de Madrid ha tomado una decisión similar al negarse a renovar el convenio de asistencia sanitaria con Castilla-La Mancha.

El 11 de septiembre de 1714, Barcelona capituló ante Felipe V de España. La razón de todo esto fue que Cataluña, al igual que Aragón y Valencia, tomó partido por el archiduque de Austria en la Guerra de Sucesión Española. El Austria fue derrotado por el pretendiente Borbón al trono de España, y Aragón, Valencia y Cataluña fueron castigadas con la pérdida de sus fueros. En ningún momento se trató de una guerra de secesión catalana contra la monarquía española, sino de una guerra civil española en la que la Generalitat tomó partido por el bando perdedor.

Sin embargo, algunos pérfidos historiadores nacionalistas han manipulado los hechos hasta la saciedad, y han utilizado para ello a los alumnos catalanes en las escuelas públicas, para avivar la sensación de opresión de España y exagerar cualquier agravio que Madrid haya cometido a lo largo de los siglos. Muchos de los que promovían esta maniobra, se escudaban en la senyera mientras robaban a manos llenas del patrimonio de los catalanes.

Por eso desprecio tanto los nacionalismos, catalán y español. No les basta con amar y defender a su país, tienen que excluir y aislar al que es diferente. Así, en lo que más coincido con Carles Francino es en rechazar la puñetera manía de “o conmigo, o contra mí”.

Pero muchos no estamos ni en un bando ni en otro, y nos negamos a que nos metan en uno a la fuerza.

Aborrezco los nacionalismos y las banderas cuando se usan para separar y me da una enorme pena el odio que algunos tratan de sembrar contra España en Cataluña y contra Cataluña en el resto de España. Detestaría que Cataluña abandonara España por muchas razones, aunque admito que cada pueblo es libre de opinar y decidir sobre su destino. Pero basta ya de enfrentarnos a unos contra otros.

Yo me niego a ser otro borrego y odiar a Cataluña. No cuenten conmigo para avivar el enfrentamiento. Me salgo del rebaño.