Corría el mes de octubre del año 2003, cuando en Bolivia se pedía la renuncia del presidente por la matanza de 70 personas en la ciudad de El Alto, que protestaban en contra de la venta de gas natural a Chile. Esa acción gubernamental provocó la insurrección popular a una misma voz, todos unidos en las calles nadie tenía miedo de salir y manifestarse.

Nosotros nos encontrábamos en la Av. Hernando Siles de Obrajes en la zona sur de La Paz, en medio de una ciudad paralizada por las protestas. Esta zona se caracteriza por la predominancia de familias acomodadas y “jailonas” como se les dice a quienes tengan o no mucha plata, viven con ciertos estilos. Entonces de repente llegó marchando una masiva cantidad de campesinas y campesinos que llegaron caminando desde Palca y Mecapaca, dos municipios rurales que se encuentran aún más al sur, y todos les abrieron paso con gran emoción aplaudiendo y gritando “el pueblo unido, jamás será vencido”. Esas veces no se tenían tantos estribillos como ahora y solo se recurrió al clásico grito de los años 80.

Esa entrada profundamente marcada por las caras morenas con paso firme rumbo al centro de la ciudad, mostraba firmeza, diferencia social nada intencionados de mezclarse con los “blancos” y claramente confundidos de recibir por primera vez aplausos y vítores ya que el día anterior esos “blancos” tenían mucho miedo de ser atacados por el campesinado. Ese momento marcó el curso político que tomarían los años siguientes rumbo a una nueva página de la historia que se coronaría con avances democráticos como la presidencialización de un campesino con un 65% de votación en un país donde ir a votar es obligatorio, el reconocimiento de 36 idiomas originarios, la ley “contra el racismo y toda forma de discriminación” y tantas otras medidas que emocionaban por su racionalidad y justicia.

Qué distinta esa insurrección de la que tenemos ahora en el 2019, cuando Bolivia se encuentra dividida en partes: por un lado están quienes votaron por Evo Morales, por el otro están quienes votaron por la oposición y tenemos a quienes solo desean salir de la continuidad gubernamental forzada muy cerca de ser llamada dictadura.

Sin embargo, estas divisiones no empezaron hoy ya que en estos últimos 13 años de gobierno nos separamos por muchos motivos como por ejemplo la represión a indígenas del TIPNIS que marchaban a La Paz en contra de la construcción de una carretera en un área protegida. Otras divisiones destacables son la paralelización de organizaciones campesinas indígenas importantes como CSUTCB, CIDOB, CONAMAQ, ADEPCOCA, CNMCIOB “BS”, que responden a una estructura de representación a nivel nacional. Hoy en día tenemos dos de cada una de estas organizaciones, una opositora y una alineada al gobierno, desde luego ambas dicen ser legales, legítimas, etc., etc.

Entonces las divisiones fueron un patrón en las políticas nacionales ya que también se consolidó abiertamente la división de la agricultura entre agroindustria monocultivadora y agricultura campesina de pequeña escala, donde la primera recibe recursos económicos y facilidades abismalmente distantes de lo presupuestado para la segunda.

De esta última división es curioso analizar cómo la votación obtenida por Evo Morales en estas recientes elecciones radica en el campesinado ubicado mayoritariamente en el occidente del país, siendo que la oposición más recalcitrante se encuentra ubicada en el oriente donde opera la agroindustria. Desde luego en las ciudades hay una votación opositora importante, pero es curioso ver cómo quienes deberían haber recibido un apoyo estructuralmente significativo del gobierno y no lo recibieron, se mantienen como sus indiscutibles electores.

Esto se debe también a que la oferta política está muy reducida, prácticamente no se tiene de dónde elegir, solamente dos candidatos acapararon cerca del 80% de la votación, siendo el 20% restante distribuido entre opciones nada apreciadas entre nuevas y antiguas ya desgastadas.

Pero el meollo de la crisis política radica no solamente en la sospecha de fraude electoral, sino también en que el año 2016 se llevó adelante un referéndum para preguntarles a los bolivianos si deseaban modificar un artículo de la Constitución Política del Estado para que Evo Morales pudiera ser candidato otra vez. En ese referéndum ganó el NO, pero el Tribunal Supremo Electoral habilitó la candidatura forzando mecanismos. En ese momento no se organizaron protestas masivas, muy pocos salieron a las calles pero ya se tenía el antecedente de inconstitucionalidad. Finalmente llega el momento de organizar las elecciones y la población se prepara a pesar de la ilegalidad, con la esperanza de cambiar el aparato aunque sea de esta forma. Como candidato opositor más votado se tiene a Carlos Mesa, que fue vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada cuando éste fue expulsado del país, pero hoy tenía preferencia de la ciudadanía por haber dado un paso al costado cuando hubo la matanza pero también porque para muchos era una especie de válvula de salida del actual régimen.

Así las cosas, al final del día de las elecciones se produce un fenómeno en el conteo de votos calificado como fraude electoral que la ciudadanía ya no estaba dispuesta a aceptar. Por eso ahora hay enfrentamiento entre la población que votó a favor de Evo y todos los demás, pero las ideas de violencia y castigo no son unánimes, el llamado a la convulsión social no es unánime. Hay grupos específicos que están sembrando el terror en La Paz y El Alto y vecinos aterrotizados que están resguardando sus casas o negocios en vigilias.

Se pensaba que la dimisión de Evo Morales impulsada por las protestas en las ciudades nutridas de jóvenes, podría pacificar el país para dar paso a nuevas elecciones, pero pasó todo lo contrario. Hoy Bolivia está dividida y muy cansada, verificando que el camino hacia la igualdad, equidad, convivencia en pluralidad social y económica todavía sigue en los papeles y no hemos podido dar pasos, además de haber olvidado a la Madre Tierra y los principios del vivir bien que parecían tener sentido los primeros años, pero han quedado pisoteados.