Después de una serie de despropósitos de unos y de otros, y no refiero tan solo a los dos partidos que formarán la coalición gubernamental, sino a todo el abanico político, se llega a un arreglo que desbloquea la situación y permite que avancemos en lo importante  que es el bienestar de los ciudadanos. Cierto que todavía queda por cerrar el círculo que permitirá, mediante apoyos y abstenciones, la investidura presidencial y la puesta en marcha del nuevo gobierno, pero otro escenario sería ya demencial.

En el camino han pasado muchas cosas que tienen que servirnos de advertencia y escarmiento. La caída de Ciudadanos no por anunciada deja de sorprender. Las incoherencias se pagan, no se puede pretender ser centro político besándole el culo a la extrema derecha, tampoco se puede presumir de responsable cuando en vez de escuchar a sus votantes, el dimitido Albert Ribera, solo se escuchaba a sí mismo o a las canciones de Malú. Y eso demuestra que el votante es paciente pero no imbécil.

Aunque los tertulianos se rasguen las vestiduras y se despeinen horrorizados o complacientes por la subida de la extrema derecha, el hecho es más sencillo de lo que se pretende detallar. Europa, la vieja y escarmentada Europa, contempla el ascenso de la extrema derecha y cuanto más miserable – en el sentido de situación económica – y necesitado es el país, más tolera el engaño de los extremistas. Miren el mapa europeo y se convencerán. Y si observan dentro de cada nación las zonas donde crecen más los votantes de los partidos neofascistas, se darán cuenta que cumplen con los requisitos mencionados. Como decía el llorado Mario Benedetti, el Sur también existe. Sin embargo, él hablaba de un sur sometido a las exigencias del norte, a sus misiles y a su economía; ahora ese sur económico se rebela, no contra los poderosos, los opresores y los caciques, se rebela contra su propia esencia, contra los que son distintos, los que tienen hambre, contra las que quieren una igualdad que merecen y a favor de las banderas, los tambores y la unidad por cojones. Niegan el pan y la sal a los que son más pobres que ellos y se humillan frente al señorito y al repeinado  de turno. Los miserables buscan otros más miserables para sentirse felices.

Pero no solo de miserables se nutre el voto de la extrema derecha, la incorporación de jóvenes que no conocieron ni han estudiado el nazismo y sus causas, hace crecer los votos de los intolerantes. No son jovencitos aburridos ni comprometidos, son los de la pandereta, los que se siente herederos del aguilucho fascista, los pedantes, aquellos que reclaman su libertad de expresión, pero que se la niegan a los demás; los que no entienden el Estado de las Autonomías, pero anhelan entrar en sus gobiernos; los que pretenden ilegalizar partidos por su ideología, pero que abrazan la peor de todas y reclaman su derecho a la herencia franquista. No pretenden cambiar al mundo, pretenden someterlo.

Me dirán algunos que aquí en España ha crecido la extrema derecha para frenar a la izquierda y a los independentistas catalanes, que solo ellos son los patriotas y los salvadores. Palabras que ya habíamos oído y odiado. Hasta ahora permanecían agazapados en las filas del PP, vergonzantes de ser lo que eran, silentes en sus pensamientos franquistas, xenófobos, machistas y dictatoriales, pero ahora tienen voceros propios, programa propio e indecencia propia: Ahora son visibles y numerosos, cierto, pero condenados a la oposición, a lanzar sus brindis al sol, a tragarse sus bilis antidemocráticas.

Pero para evitar que sus postulados tengan eco hay que hacer las cosas muy bien, asegurar el crecimiento democrático con acciones de gobierno progresistas y reivindicativas. Sentarse para hablar de Catalunya y buscar una España vertebrada, justa y atractiva para todos. Eso, precisamente, es lo que nunca ha sabido hacer la derecha y a lo que tanto teme la extrema derecha.