Notamos que la interpretación de sentido puede abarcar la explicación por el concepto: la explicación es una posibilidad de la interpretación. La explicación aporta un fundamento, una premisa o axioma de razón, mientras la interpretación de un sentido ocurre en el don. Del buen vivir podemos dar una explicación señalando un fundamento racional a la mano. Este fundamento supone una teoría anterior, que se continua o modifica de concepto en concepto. O del buen vivir podemos decir que hay algo que aparece, que se da en la expresión, pero demanda la intuición de una nueva medida o paradigma.

Así, el buen vivir puede consistir en una continuación o transformación de teorías que conocemos y usamos. Por ejemplo, el buen vivir se explica como una derivación de teorías políticas o económicas (o culturales) actuales; como una proyección de ellas con una modificación que habla de cierta corrección. A éstas podemos llamarlas transformaciones estructurales. En este caso, el buen vivir latinoamericano significaría una estructura social que suma a una modificación de las actuales realidades económicas o culturales globales, la consideración de las culturas indígenas o precolombinas que aportarían elementos que debieran mezclarse o fusionarse con ciertas teorías occidentales modernas. Estos elementos se referirían especialmente a las relaciones de Naturaleza y sociedad. Es desde esta posición que el buen vivir aporta nuevas concepciones ecológicas o ambientalistas. Esta es probablemente la interpretación con la cual comúnmente entendemos lo que llamamos buen vivir.

Descubrimos en esta explicación un asunto que se pasa por alto demasiado rápido: la interpretación desde conceptos modernos de los mundos de los pueblos indígenas americanos. O, también, que las transformaciones estructurales que suponen una corrección ecológica de las sociedades modernas, consisten en modificaciones de nuestras teorías o filosofías actuales. La economía, por ejemplo, debe convertirse en alguna economía ecológica o ambiental; la explotación de los recursos naturales se transformaría en desarrollo sustentable. La justicia social se entendería, por ejemplo, como la redistribución de los bienes y la universalización de la satisfacción de lo que interpretamos como necesidades básicas de los seres humanos.

El buen vivir, en otro sentido, puede señalar hacia una concepción que dándose simplemente en ese nombre, nos conmueve y admira como algo que trae una diferente medida del mundo. La expresión contendría una cierta exageración de las palabras; un sentido que indica un desborde de las interpretaciones y transformaciones modernas, y necesariamente de las indígenas. La primera experiencia con este buen vivir se da como relación con algo imposible. No solamente que amplía el rango de lo posible, sino que habla de algo que nos aparece actualmente como imposible. Para decirlo de otro modo, el encuentro de la idea de Naturaleza con la experiencia de la Pachamama implicaría el sentido de un buen vivir que sobrepasa nuestra imaginación.

¿En qué consistiría, entonces, la propuesta del buen vivir? Pues en un paradigma que habría que seguir en la medida en que se nos va dando en el regalo de una donación. En una cosmogonía muy difícil de explicar y de comprender desde lo que actualmente sabemos o imaginamos. Donde las llamadas necesidades materiales humanas básicas para la concepción hegemónica y dominante de la dignidad –o sea, la diferencia entre lo que entendemos por pobreza y por riqueza humanas-, reflejarían un concepto de ser humano y una manera de habitar la Tierra. Buen vivir diría ahora un fenómeno de intuición que ocurre en lo que podríamos llamar una revelación.