Pero, desde ya, estos dos nombres son equívocos al propósito de mis intuiciones –y, además, se puede mostrar que en realidad son un solo nombre. Son equívocos porque lo de “viejo y nuevo” es una denominación muy situada cultural y paradigmáticamente: son los siglos XV al XVII europeos, y la “novedad” encanta a muchos humano/as de ese continente.

Lo “nuevo” equivale a Galileo y la scientia nuova; a Leonardo da Vinci y este “hombre integral nuevo” –el que inventa helicópteros mientras pinta la Mona Lisa–, a Giovanni Pico della Mirandola –el que crea, quizá hasta sin quererlo completamente, la nueva libertad individual europea–, y equivale a un Maquiavelo y este hombre práctico convertido en estratégico.

Son gentes de su calibre los que bautizan entusiasmados como “nuevo mundo” las tierras allende el océano encontradas por un Colón. De modo que, los que habíamos así quedado de este lado del Atlántico, fuimos bautizados como “novedosos” sin consultas precisamente.

Y son un mismo nombre –sea como viejo o como nuevo–, porque ambos significan según un mismo y claro paradigma: el de la Europa en proceso de inventar los tiempos modernos. Somos todos allí “viejos o nuevos” para la misma tradición que acontece generando en un mismo gesto los dos nombres.

Lo de “nuevo”, para los de este lado, tiene que ver en cambio con asuntos de los “más viejos”. Evitemos la “novedad a la europea” y entremos a la “originariedad a lo Abya Yala/o con otros nombres m/m olvidados”.

Hemos en parte perdido esos estados del alma humana (dos palabras muy embargadas por la historia del idioma español = “alma” y “humano”, pero a las cuales cuesta muchísimo encontrar alternativas), que corresponden a los habitantes de este continente que yo habito y que “ya estaban” cuando les llegó, a los del lado de allá, la noticia de que existíamos independientemente de toda “consciencia europea”.

Entonces me gustaría hacerlos existir (otra palabra muy europea, pero…), existir en un habitante de la ciudad de Tiwanaku –en esos tiempos cuando el gran navegante, dicen que genovés, ya regresaba cargado de sus ideas victoriosas a Sevilla.

Las gentes de Tiwanaku no son “viejos ni nuevos” pues esas categorías les son completamente ajenas. El templo al sol está en la “plaza” principal de una enorme construcción en medio de las pampas del altiplano que hoy es Bolivia –a unos cien kilómetros tal vez del tremendo lago del Titicaca.

No conozco cuáles podrían corresponder en la “ciudad” (otra palabra muy cargada) de Tiwanaku, como categorías de algún modo equivalentes a eso de “nuevo / viejo”. Cuestión que agrega un motivo más a mis inquietudes.

Tampoco sé que estos “americanos” (denominación doblemente europea: por Colon y después Américo Vespucio) andinos resultáran más originarios o menos que otros habitantes de esos lares. Pues siempre casi, en cada territorio de esta Tierra toda visitada de los humanos, hay los habitantes que “estaban antes que ustedes”.

El elemento de la “descripción-comparación” de Atenas –como cuna urbana lejana pero fundamental de todo lo después europeo, y dueña, probablemente, de haber acuñado las posibilidades de percibir en lo humano la diferencia entre “lo viejo y lo nuevo”: precisamente como la fundación del pensar filosófico (el llamado “paso del mythos al logos”)–, con Tiwanaku –las ruinas de una habitar y un templo, ruinas que nos quedan hoy, que nos han quedado al parecer siempre–, la condición existencial humana aquella, “lejana”, completamente vivida “sin europeos a la vista”, pero haciendo aparecer la “gran cultura e imperio” sudamericano-andino, ese elemento, para mi amigo un poco sorpresivo, he decidido que sea el sol.

En Tiwanaku el sol es una evidencia de la cultura. Tal vez la “mejor ruina” que de ella nos queda la llamamos, precisamente, “puerta del sol”. Y sabemos que la isla grande del Titicaca se llamaba y se llama: “isla del sol”.

¿Qué contiene esta figuración del astro solar para nosotros, y que fue la “mentalidad” del humano andino devenido humano de una “gran civilización”? Esos nombres, nuevamente, “grande” y “civilización” nos permanecen inevitablemente en el paradigma del recién llegado con ese siglo (que ellos mismos miden) como el número XV (1492).

“Es una divinidad” dice una respuesta más bien inmediata –a la cual faltan todos los elementos que le dan “sustancia y espesor cultural”. Y los dioses gobernaban la existencia humana andina. Con ellos fueron grandes y pequeños…

¿Y Atenas? Entre los siglos (nótese como Europa exporta sus medidas a los griegos muy anteriores…) VI y IV “antes de Cristo”, en Atenas se abandonaron, se despreciaron incluso, sus mitologías, mientras hegemonizaba sus vidas el “nuevo valor del logos”.

Así pues, para este apretado resumen, Tiwanaku será, como inicio, el modo humano andino de generar la primera “gran civilización” de este “subcontinente” –con una referencia constante y eminente al sol. Mientras, Atenas será, como inicio también, la primera (y singular, absolutamente) oportunidad del logos-razón, al llegar a sustituir a los dioses relatados en curiosas e interminables historias. Por tanto, también a sustituir finalmente todo lo que pudiera haber de divino en la experiencia del sol.

Este logos ateniense, otro nombre para la filosofía, equivale, de un modo inmensamente profundo, al nombre “de todo lo que es nuevo”, y da substancia al paradigma de la novedad para el devenir humano que después creó Europa.

Este sol de Tiwanaku (el Inti), ese “nombre” acompañando la creación cultural del mundo produjo, “de hecho”, lo novedoso, en tanto nunca antes hubo templos así al sol en las alturas del altiplano, y después sí hubo pueblos del sol hasta la llegada…, precisamente de los herederos del logos griego.

Yo soy chileno y hablo una lengua del logos y soy de formación universitaria filósofo. Pero me sucede habitar las tierras (sus cordilleras, volcanes, valles breves) que bautizaban, completas, por varios cientos de años (“año”=medida europea moderna) los tiwanaku y sus descendientes. Incluso hay palabras importantes del mapudungun mapuche que se deben al quechua o aymará andino.

Esos serían mis propósitos. Muchísimo por re-encontrar: desde ya, hablo y escribo esto en lengua europea, mientras “pulso” (por hallar una palabra de este preciso idioma) los modos originarios de estos territorios.

Anchos horizontes, sin duda…