Y desde luego que se corresponde bastante con lo que necesitamos ante la situación a la que nos enfrentamos.
Purificación, porque el nivel de corrupción y falta de ética se ha extendido de forma asfixiante por al menos dos de los poderes básicos del estado: el ejecutivo y el legislativo, ambos ocupados por los partidos políticos tradicionales. Y precisamente el tercero, el judicial, enfrenta ahora mismo el reto de poner orden sobre la dudosa conducta ética de los dos primeros. Es cierto que está influido por ellos, pero de su actitud en la resolución de los casos que enjuicia dependerá si la sociedad se queda definitivamente huérfana de poderes, o por el contrario cuenta con al menos uno de ellos para purificar el sistema. Porque no sólo es cuestión de políticos que se dejan corromper, también es un problema de una parte del mundo empresarial que no sólo desprecia las normas evadiendo impuestos, sino que además soborna a cargos públicos para capturar recursos del Estado, es decir, de todos, en deshonesto e ilegítimo beneficio propio. Hay que atajar la corrupción de la vida pública de manera decidida.
Liberación, porque se hace necesario perder un poco el miedo ante tanto desatino del poder. Perder el miedo a tener miedo y empezar a pensar en alzar la voz.
El desasosiego por mantener lo que tenemos, aunque cada día vaya a peor, nos mantiene encadenados a la esperanza de que en algún momento las cosas mejoren y hasta entonces hayamos podido conservar nuestro trabajo, nuestra casa, nuestras cosas… y aunque el día después descubramos que nos han quitado el país que habíamos construido, no nos atrevemos a intentar cambiar las cosas por la duda de que al hacerlo empeoren más.
Y sin embargo, permanecer con la voluntad ausente es la mejor manera de que sigan abusando de todos para el beneficio de unos pocos y, sobre todo, para dar satisfacción a los requerimientos de los mercados en lugar de a las necesidades de los ciudadanos.
Hay que aparcar miedos y resignación y salir a la calle a decir BASTA YA de tanta golfería, y asumir que todos los cambios llevan aparejadas nuevas situaciones y circunstancias, pero si no lo hacemos, piensen en el futuro que estaremos dejando a nuestros hijos.
Transformación interior, porque debemos superar ese estado mental por el cual se asumen como normales ciertas actitudes “relajadas” respecto a nuestra conducta y a nuestras obligaciones. Por ejemplo mirar hacia otro lado mientras a compañeros de trabajo les merman sus condiciones, o esos pequeños “olvidos” en nuestra declaración de la renta ante el fisco, o el uso personal de medios de terceros cuando, como ejemplo, llamamos desde la oficina a ese familiar que nunca vemos, o cuando miramos hacia otro lado al ver entrar a un anciano al autobús para no tener que levantarnos, o cuando nos volvemos maleducados al volante con los demás. En fin, cuando actuamos egoístamente frente al prójimo.
Si asumimos como buena para nosotros esa actitud, difícilmente podremos luchar contra ella cuando la sufrimos por parte del poder. Tenemos que hacer un esfuerzo individual en ese sentido.
En definitiva, ¿qué podemos perder con tomar las riendas de nuestra voluntad y salir a las calles a encontrarnos con el resto de ciudadanos pidiendo también que las cosas se hagan mejor?.
Como decía Gandhi, “mañana tal vez tengamos que sentarnos frente a nuestros hijos y decirles que fuimos derrotados. Pero no podremos mirarlos a los ojos y decirles que viven así porque no nos animamos a pelear”.
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