Los de siempre
Hace algún tiempo conocí a un tipo ―alguien arrogante y muy pagado de sí mismo―, que durante una conversación sobre libros y literatura pronunció una frase lapidaria que nos dejó fríos y perplejos a todos los presentes.
Un lugar donde la imaginación y la palabra recorren infinitos caminos y emociones.
Hace algún tiempo conocí a un tipo ―alguien arrogante y muy pagado de sí mismo―, que durante una conversación sobre libros y literatura pronunció una frase lapidaria que nos dejó fríos y perplejos a todos los presentes.
Si echamos la vista atrás comprobamos que resulta difícil encontrar mujeres famosas por sí mismas. Las reseñas siempre nos llevan a esposas, hijas o madres de grandes hombres que pudieron tener cierta relevancia en su momento, muy pocas veces por su propia trayectoria vital.
Desde la publicación hace años de “El nombre de la rosa” y “Los pilares de la tierra”, el interés del público por la Edad Media no ha dejado de crecer, y la percepción popular de aquel periodo de la Historia oscila
entre el lado amable y casi bucólico, y una visión mucho más tremebunda y despiadada.
¿Será posible que un escritor presto a crear buenas historias, pueda con esta herramienta dotar a sus ideas la brillantez que no es capaz de darles por sí mismo?
El Reino de España a veces parece desplomarse, hundirse para renacer e incorporarse con más bravura ante un pueblo defraudado de promesas envueltas por la soberbia de sus dirigentes.
El desarrollo de las técnicas de geolocalización, como el GPS, está relegando al olvido la cartografía convencional, esa que no solo nos marca la ruta que debemos seguir sino que, además, pone ante nuestros ojos los contornos del mundo.
Exento de miedo y de tremendismos, y con un delicado orden impropio de las creencias paganas, me siento como un fragmento de tiza.
Sintiendo mucho contradecir a los genios lingüísticos —que no genias lingüísticas— que han surgido de nadie sabe dónde pretendiendo dar lecciones de gramática a los pobres ignorantes que les rodeamos.