Veinte años después, el poder corporativo en el sistema alimentario ha crecido tanto, acapara tantas relaciones y segmentos de la cadena alimentaria, que hoy son las corporaciones quienes fijan las reglas globales mientras los gobiernos y la investigación pública siguen sus directrices. Este estallido de cambios ha sido devastador para la biodiversidad del planeta y para la gente que la cuida.

Las corporaciones utilizan todo su poder para expandir los monocultivos, intentan acabar con los sistemas campesinos de semillas y se han logrado colar a los mercados locales. Esto hace mucho más difícil que los campesinos se mantengan en sus tierras y alimenten a sus familias y comunidades, pero organizados en movimientos sociales resisten ante el control cada vez mayor de las agroempresas metidas en el sistema alimentario global.

Sanidad alimentaria, ¿Para quién? La opulencia de las corporaciones contra la salud de la gente

En 2009, 200 mil kilos de carne contaminada con una letal bacteria resistente a los antibióticos llegaron hasta los niños de muchas escuelas estadounidenses, antes de que la segunda empacadora más grande del país lograra requisar la carne contaminada. Un año antes, en China, seis bebés murieron y 300 mil más se enfermaron de gravedad con afecciones renales cuando uno de los principales productores de lácteos, a sabiendas, permitió que se le introdujera un químico industrial a sus reservas de leche.

Los gobiernos y las corporaciones responden con toda clase de normas y regulaciones, pero pocas de éstas tienen algo que ver con la salud pública. Los acuerdos comerciales, las leyes y los estándares privados, que se utilizan para imponer esta versión de la “inocuidad alimentaria” únicamente consolidan más los sistemas alimentarios corporativos que nos enferman mientras devastan los sistemas alimentarios locales, comunitarios, que en verdad nos alimentan y cuidan de la gente, que están basados en la biodiversidad, los saberes tradicionales y el comercio o intercambio a nivel local. La gente resiste, sea con movimientos contra los transgénicos en Benin o contra la enfermedad de las “vacas locas” en Corea, o mediante campañas para defender a los vendedores callejeros en India y la leche sin pasteurizar en Colombia. La cuestión de quién define la “sanidad o inocuidad alimentaria” se vuelve más y más central en la lucha por el futuro de la alimentación y la agricultura.

Alimentos y cambio climático: El eslabón olvidado

Los alimentos son un promotor clave del cambio climático. El proceso industrial entre que se producen los alimentos hasta que terminan servidos en nuestra mesa, provoca cerca de la mitad de las emisiones de gas con efecto de invernadero generados por los humanos. Los fertilizantes químicos, la maquinaria pesada y otras tecnologías agrícolas dependientes del petróleo contribuyen significativamente. El impacto de la industria alimentaria como un todo es incluso mayor: se destruyen bosques y sabanas para producir forrajes animales y se generan deshechos que dañan el clima por el exceso de empaques, procesado, refrigeración y transporte de los alimentos a grandes distancias, a pesar de que millones de personas continúan con hambre.

La gente por todo el mundo toma parte en luchas por defender o crear nuevas formas de cultivar o compartir alimentos que sean mucho más sanos para sus comunidades y para el planeta. Si se toman medidas para reestructurar la agricultura y el sistema alimentario mundial en torno a la soberanía alimentaria, a la agricultura en pequeña escala, a la agroecología y los mercados locales, podríamos cortar a la mitad las emisiones globales de gases con efecto de invernadero en unas cuantas décadas. No necesitamos mercados de carbono ni remiendos tecnológicos. Requerimos políticas acertadas y programas que erradiquen el actual sistema alimentario industrial creando en cambio uno que sea sustentable, equitativo y verdaderamente productivo

Estas son algunas notas extraídas del documento realizado por GRAIN , puedes leerlo completo pinchando aquí.

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