Desde el Real Decreto del Registro de la Propiedad acogido dentro de la Ley Hipotecaria de 8 de febrero de 1861,  quedaban exceptuados de la posibilidad de inscripción los bienes del Estado, los de dominio público y los templos destinados al culto católico. Ni las sucesivas cómplices e indulgentes modificaciones franquistas ni las posteriores leyes, ya en democracia, acabaron con la patente de corso de la Iglesia. En junio de 2015, con la reforma de la Ley Hipotecaria, merced a su artículo 206 se eliminó la posibilidad de inmatricular bienes de la Iglesia mediante certificación, un artificio legal que duró demasiado tiempo. No fue como esencia de una cuestión de justicia social, se pretendía que ya hubieran tenido tiempo suficiente para inmatricular todos aquellos lugares de culto, de enseñanza y de administración propia, que la Iglesia disfrutaba desde tiempo inmemorial sin título escrito y sin tener que aclarar su procedencia.

Aquí, como en la viña del Señor, hay de todo y poco bueno. Testamentos forzados, certificados perdidos, expropiaciones, robos a herejes, prebendas reales, ocupaciones fraudulentas, donaciones de buena fe y un sinfín de artimañas que han proporcionado unas inmensas propiedades a la Iglesia; de las que nunca han pagado impuestos y que ahora les son imposibles de mantener.

Oficialmente, merced al pacto entre Gobierno y Conferencia Episcopal, más de treinta y cuatro mil propiedades –otros dicen que más de cien mil– quedarán, con la devolución de solo mil de ellas, legalizadas. Y nada de ibis, ni de impuestos, que eso está para los españolitos de a pie, no para los que llevan tonsura. Un escándalo mayúsculo que queda oculto entre las lágrimas de miles de menores que fueron –y lo siguen siendo–, abusados  sexualmente por pederastas con sotana.

Alejandro Palomas, es un escritor que catalán que, valientemente,  ha desvelado que sufrió abusos sexuales a los nueve años por parte de un fraile de la escuela La Salle de Premià de Mar. No es el único y tampoco será el último que lo cuente. Hoy, por fortuna con mucha menos asiduidad que antaño, sigue sucediendo.

Imaginen a una niña o a un niño, envueltos en un riguroso entorno religioso, donde los que deberían ser sus maestros y protectores se convierten en los profanadores de su inocencia, bajo la capa indiferentes de autoridades eclesiásticas tan viciosas y obscenas como ellos y entre loa muros robados al Pueblo o cedidos por reyes tan usurpadores y corruptos como sus beneficiarios. Y ahora figuren en sus mentes al fraile o al cura de turno eyaculando sobre su hijo, sobre su hija y diciéndole cínica y violentamente: ¿Ves lo que me haces hacer?

Mucho tiene que hacer la fiscalía, mucha ley y convenios sumisos tienen que enmendar los gobiernos,  mucho perdón debe pedir la curia.

Mucho tienen que aprender los padres, mucho que reclamar los creyentes. Mucho tiene Dios para castigar, si es que no se pasa el día jugando con la nubes.