Según Josette Sheeran, del Programa Mundial de Alimentos, una entidad de Naciones Unidas, una ola de inflación en los precios de los alimentos se está desplazando por el mundo, dejando disturbios y debilitando gobiernos a su paso. Esto lo confirman las estadísticas que demuestran que por primera vez en 30 años están surgiendo protestas por los alimentos, por la falta de comida, en muchas partes y en forma simultánea.

Por ejemplo: En Bangladesh se han recrudecido los disturbios; China comienza a sentir los rigores de estos desabastecimientos, ya que sus pobres “clase media”, aquellos que viven con 2 dolares al día, están sacando a los hijos de la escuela y disminuyendo las verduras y hortalizas para poder pagar el arroz. Aquellos que viven con 1 dolar al día están reduciendo carne, verduras y hortalizas y una o dos comidas, de modo de poder pagar un tazón de arroz. Y aquellos muy necesitados -que viven con 0,5 dolares al día- enfrentan el desastre. En muchos lugares, la escasez tradicional de alimentos, significa en estos momentos inanición masiva. Las medidas de la crisis actual son miseria y desnutrición. Las clases medias en los países pobres están renunciando a la atención de salud y eliminando la carne, como modo de poder consumir tres comidas al día.

Alrededor de mil millones de personas viven con ingresos no mayores a 1 dolar por día. Según las estimaciones, si el costo del alimento sube en un 20% (en países de Latinoamérica y el África, estos precios han subido mucho más), 100 millones de personas se podrían ver obligadas a volver al nivel de la pobreza absoluta. En algunos países, eso anularía todo lo que se ha ganado en la reducción de la pobreza en la última década de crecimiento. Debido a que los mercados alimentarios están agitados, los conflictos civiles están aumentando; la crisis alimentaria podría llegar a ser un desafío para la globalización. A esta variable macroeconómica que llamamos alimentos, ahora hay que sumarle el impacto de la cada vez mas acelerada producción de los biocarburantes o biocombustibles.

Aun cuando los biocarburantes, se han pensado como piezas claves para combatir el cambio climático, estos (los biocarburantes) se obtienen de cultivos que a veces son básicos para el sustento alimentario de países no desarrollados. Los cultivos para producir biocombustibles -la opción energética que se abre paso para suplir a la gasolina o el gasóleo como carburantes- empiezan a tener una fuerte contestación social. Las ONG de diversos países productores de la materia prima (de soja argentina y brasileña, o de palma de Indonesia y Malasia) vienen denunciando los estragos que causan la actual agricultura industrial y los cultivos energéticos: deforestación, despoblamiento del campo, pérdida de biodiversidad, contaminación de las aguas, hacinamiento en las ciudades y hambre. También alertan de que estos productos vegetales, necesitados por los países desarrollados, para su parque automotriz, son vitales para el sustento básico y su seguridad alimentaria de los países no desarrollados.

Un informe de la ONU alertó que la carrera para producir cantidades de biocombustibles (a partir del maíz, la caña de azúcar, la soja o la palma) esta causando más deforestación, hambrunas y esta haciendo más pobres a las poblaciones rurales. La ONU no se opone al aumento de los carburantes vegetales, pero teme que esta fuente de energía se extienda sin control y sin tener en cuenta todas sus consecuencias. Para Jorge Rulli, investigador argentino “Los biocombustibles van a acentuar y agravar los actuales desarreglos de un modelo agrario que ha causado daños sociales y ambientales, así como pobreza en muchos países”, igual explica que “los monocultivos han provocado desplazamientos masivos de la población hacia las ciudades y contaminación de los campos. La industria agraria apenas da trabajo, y el desempleo rural alimenta el desempleo urbano”. Finalmente sentencia “Vamos a convertir nuestros campos de soja en nuevos campos de petróleo”.

Para los países, donde ya se iniciaron los cultivos para producir la materia prima para los biocombustibles, se comienza a notar la especulación con la tierra; se ha encarecido sus precios y no hay donde poner el ganado, que empieza a ocupar las tierras bajas y los costados de las rutas”.
Así mismo el referido informe de la ONU señala también que los cultivos energéticos (cereales o caña de azúcar para obtener bioetanol, y soja o palma dedicada a aceites para biodiésel) pueden causar un desequilibrio en el abastecimiento alimentario. El peligro es que se destinen a este fin las tierras, las aguas y otros recursos en detrimento de los productos básicos. La escasez y la subida de precios agravaría las condiciones de la población pobre.

En México, la subida del precio de las tortillas de maíz (alimento básico de la dieta mexicana), debido al desvío de la producción del grano a etanol para EE.UU. ha provocado un gran malestar social. En Brasil, la expansión de la caña de azúcar para producir más etanol encontró una resistencia inesperada del gobierno local de Rio Verde (próspero municipio del central estado de Goiás) y de empresarios agrícolas, la cual decidió imponer al cultivo cañero un límite de 10 por ciento del área agrícola municipal. Eso representa 50.000 hectáreas, ocho veces la superficie ya ocupada por la caña en el municipio, para abastecer a una vieja destilería de alcohol carburante o etanol. Para ellos ese monocultivo de caña es “un tsunami verde que rompe la cadena productiva del agronegocio” y provoca “tragedias sociales” y ambientales si no es controlado.

Además, la Unión Europea, no se queda atrás y prevé importar grandes cantidades de materia prima (palma, soja) procedentes de bosques tropicales, humedales y otros ecosistemas, así lo denuncian grupos ambientalistas europeos. Para ellos “Los biocombustibles son una amenaza para los bosques”, y alertan de los peligros que se ciernen sobre Ecuador, Colombia o Brasil. En Indonesia los planes para desarrollar los biocarburantes (vinculados a la política europea) prevén multiplicar por 43 la producción de aceite de palma, lo que destruirá 20 millones de hectáreas de bosque tropical, según Veterinarios sin Fronteras.

Desde este espacio, planteamos que la solución comienza por la educación ambiental, única salida para tomar conciencia y hacer del ahorro energético una propuesta de vida. Hay coincidencia que con los biocombustibles hay dos eminentes peligros. Además de las consecuencias negativas sobre la producción alimentaria en el mundo y la afectación de los ecosistemas, se están creando falsas expectativas y falsas esperanzas tecnológicas. El peligro es que se baje la guardia en materia de ahorro energético y consumo responsable, que son las soluciones clave que necesitamos para mitigar el cambio climático y acercarnos a una sociedad más justa, más armónica con su ambiente.