Hoy, muchas selvas, ricas en carbono, son deforestadas, las turberas son drenadas para la producción de aceite de palma y toda esta destrucción se convierte en una gran fuente de emisiones de gases de efecto invernadero que causan el cambio climático.

Por otro lado, también, se filtraron cifras de la Unión Europea (UE) que muestran que, cuando se tienen en cuenta sus efectos indirectos, las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes de los biocombustibles producidos a partir de aceite de palma, soja y colza son más altas que las que se generan a partir de los combustibles fósiles convencionales (como el petróleo).

De acuerdo con el estudio de la UE, las emisiones de CO2 de los biocombustibles podrían ser incluso compradas con aquellas derivadas de las arenas bituminosas de Canadá, las que normalmente se conocen como “el combustible más sucio del mundo”. En 2009, la UE decidió que fuentes de energía renovables como los biocombustibles debían representar un 10% de la mezcla energética utilizada para el transporte europeo para el año 2020. Pero la legislación no tuvo en cuenta los cambios indirectos en el uso de la tierra que son causados por los biocombustibles: cuando se utilizan tierras agrícolas para producir cultivos para biocombustibles, se necesitan más tierras para producir alimentos para humanos o animales. Esto, finalmente, genera una destrucción en el medio ambiente a partir de la deforestación.

Esta primavera será decisiva para su futuro: la Unión Europea y los EE.UU. pueden elegir un camino verdaderamente sostenible para el sector del transporte o pueden seguir apoyando a los biocombustibles sucios, elección que, en realidad, empeoraría las cosas. Por ejemplo, si respaldaran a la soja, motivo por el cual grandes zonas de la Argentina se convirtieron en un monocultivo extenso causando deforestación, el desplazamiento de personas y la contaminación de los recursos hídricos debido al uso intensivo de herbicidas. De hecho, a pesar de todo esto, la soja argentina sigue siendo aceptada por la UE como un biocombustible “amigable” con el clima.

En Indonesia y Malasia también se están preparando grandes expansiones de las plantaciones de palma de aceite con el fin de responder al aumento de la demanda de biocombustibles de la UE. Y, en 2011, la compañía energética finlandesa Neste Oil inauguró su más reciente refinería masiva de biodiésel, en Rotterdam, Países Bajos – lo que convierte a la empresa en, potencialmente, el mayor comprador de aceite de palma en el mundo. De hecho, Neste Oil ganó el premio Public Eye Award como la peor empresa del año 2011, debido a su producción de biodiesel basado en aceite de palma proveniente de bosques destruidos en el sudeste de Asia.

Queda muy poco tiempo para salvar al mundo de una crisis climática. La Unión Europea y las autoridades de EE.UU. estuvieron perdiéndolo al promover los biocombustibles sostenibles. Quienes elaboran políticas ambientales sobre-estiman la contribución de los biocombustibles a la lucha contra el cambio climático con el fin de apoyar a sus poderosos lobbies agroindustriales.

Como resultado, corremos el riesgo de quedar atrapados en una infraestructura y un poder de lobby económico correspondiente a un sector de biocombustibles no sostenible. Con la creciente evidencia de los desastrosos efectos sociales y ambientales de los biocombustibles “sucios”, los gobiernos deben reconocer que se equivocaron al poner todos los huevos en una sola canasta – y deben tomar medidas.

Se debe dar prioridad a las medidas de ahorro de energía: apoyo a la producción de automóviles más ligeros y pequeños con motores más eficientes, desarrollo del transporte público y transporte ferroviario (alimentado con energías renovables) y reducción de la demanda de transporte en general. Las inversiones deben ir a los biocombustibles verdaderamente sostenibles, tales como los producidos a partir de residuos, que no requieren el uso de la tierra. Greenpeace va a seguir apoyando las prácticas agrícolas sostenibles y luchando por políticas climáticas que no estén a expensas de los bosques tropicales.

 

greenpeace.org