Viendo que mis colegas necesitaban más y más manos, cada vez más ayuda, dejé atrás mi orgullo de especialista y puse mis manos a reanimar a un paciente en paro, o ayudé a intubar cuando no alcanzaban enfermeros, o sencillamente las puse a completar formularios, pedidos de laboratorios, o hacer controles de signos vitales. Y así y todo, nunca fui más útil que cuando desde todo lo cerca que podía, al ver que mis colegas o mis pacientes se desmoronaban, los oí llorar o les festejé con chistes, sin ser capaz de abrazarlos o ponerles el hombro. Mira por donde vengo a aprender que nadie puede superarse convirtiéndose en un ser abyecto, capaz de desoír al que sufre, e indolentemente pasar de largo.

La virtud humana mayor es la compasión, y en este año la hemos llevado a nuevos límites. Ojalá que en este año hayáis podido identificar esa vocecita que te retenía en el miedo. Ese pequeño saboteador que nos reclamaba cosas, o que con su voz insistente nos explicaba detalladamente como no podemos seguir adelante, como no valemos lo que llevamos puesto, como no somos dignos de amor. En este año tan particular he aprendido que el espíritu humano puede sobrellevar situaciones límite, sin la necesidad de menoscabar a quienes están transitando sus propios caminos y liberando sus propias cruzadas. Ojalá que lo tengáis bien identificado, y que su foto tapice el interior de tu cabeza y tu corazón, y si al sinvergüenza se le da por aparecer, estate bien dispuesto a darle el tiro de gracia.

A quienes me lean en esta oportunidad quiero felicitarles, por todo aquello que han superado en este año. Quiero decirles que no están solos. Quiero recordarles cuánto vale lo que han cosechado con su esfuerzo, y si lo han perdido, les recordaré que aún siguen en pie, aún están leyendo esto. Sean compasivos, en primera instancia con ustedes mismos. Es curioso cómo una vez que pasó la tormenta podemos llegar a contemplar con absoluta calma los paisajes más desolados y hallar la belleza inherente a las cosas que quedan en pie. Ámense en primer lugar, ámense con ternura, auténticamente, de ese modo todo alrededor comenzará a sanar, y las ruinas de lo que fue dejaran vislumbrar lo que todavía puede ser con una claridad reveladora.

Una vez que el prisma del amor filtre la luz que entre a tus ojos, ya no podrás ser renuente a extender la compasión hacia el otro. Este mundo del individualismo tiene necesariamente que contemplar el colectivismo, no como una alternativa a las crisis venideras sino como un principio fundamental. No habrá rebrote capaz de amedrentarnos una vez que aprendamos a abrazar la naturaleza cambiante del amor que en esencia somos. Somos una especie que ha evolucionado en grupos, nuestro próximo salto hacia adelante debe ser dado en conjunto. Ya no podemos hacer oídos sordos a las inequidades que nos trajeron a este punto. Permanecer indolentes ante estos fenómenos nos ubicará entre las causas del desbalance y nos alejará de las soluciones. Sin animosidades, y lejos de generar segregaciones debemos hermanarnos. Recordemos la fundamental premisa de que nadie se salva solo, y enfrentemos aquello que aún está por venir juntos.

Cuando pase la tormenta, porque créeme que esto pasará, prepárate para abrir los ojos y ver de verdad. Prepárate para ver con amor.

 

Pablo Antonio Serra es argentino y trabaja en Buenos Aires ejerciendo la especialidad de médico traumatólogo y ortopeda.