“Seguilo de cerca, puede ser bastante mañoso” no lo creía, pero resulta que sí. Lo era. Era más que mañoso, era impredecible. Era caprichoso en extremo. Era la más desobediente de las creaturas que podía existir. Pero estaba a su cuidado y ya no había vuelta atrás. Una vez hechas esta clase de cosas no se pueden deshacer, no sin consecuencias morales, éticas y estéticas irreparables. Estaba allí.

Estaba allí a través de él, no para él. Por lo que su deber era acompañar a la creatura, criarla, tal vez. Llevarla de su estado salvaje hacia el de una criaturita doméstica o al menos socialmente introducible sin repercusiones nocivas para las personas que se congreguen a su alrededor. Porque invariablemente iban a congregarse muchas personas a su alrededor. Máxime si la creatura – ya tal vez devenida a criatura – los empujaba a la realización de los rituales sagrados que la moral y las buenas costumbres exigían. Aunque pueda decirse que esta creatura era francamente rechazada por la enorme mayoría de las instituciones religiosas conocidas. Sus máximos referentes aún así reconocen su validez, y la necesidad de enmarcarle en un contexto legal contenedor justo y amoldado a las prácticas ortodoxas.

Él seguía empeñado en la afanosa empresa de educarla. Estaba convencido de que esta revolucionaria realidad no había llegado a su vida por casualidad, que él no estaba al cuidado de la creatura por azar sino por un designio divino que escapaba a su entendimiento y su libre albedrío. Que era fundamentalmente cierto eso que tanto escribía el loco de los cronopios, de que llegaba como un rayo que te dejaba estacado en el medio del patio, y que lo de andar por ahí eligiendo era perder tiempo por deporte. Por lo que llegado el momento se decidió a abrazar a la creatura, así como estaba, delante de él, exigiéndole que se hiciera cargo.

Que ahí estaba para cambiarlo todo. Sabía que, si él la defendía, si él mostraba su orgullo, la creatura iba a crecer tanto que ya estaría más allá de su control. Rebosante de dicha, colorida como pocas. Sabía que iba a defenderlo en retorno, de todo lo que tratara de lastimarlo. Crecería más allá de todos. Y que esta vez, la criatura brillaría por los que se murieron tratando alguna vez de defenderla.

La creatura lo había unido de la forma más contundente con otro ser. Otro ser distinto de él en nombre, apellido, razón social y escalafón académico. Pero con la misma piel de hombre. La misma fuerza. Las espaldas igual de anchas, los muslos firmes. Los labios igual de enardecidos. Arribando entonces a la conclusión de que la voluntad de la creatura era, en efecto, verle feliz. No precisamente porque no lo reconociera capaz de ser feliz sólo, sino por lo divertido que le resultaba ver felicidades más liadas. Adorable criaturita.

También me he llegado a plantear si estaba bien tratar siquiera de definir a la creatura. Era válido lo que decía ese señorito inglés tan alto y cuestionado, cuando proponía que definirle sería limitarle. O lo del señor ése ciego, que decía que uno aprendía del asunto cuando se daba cuenta de que la otra persona era única. Y la lógica lo llevaba a preguntarse si habrá sido verdad todo eso, porque en el final de sus días confesaban el peor de los pecados, escribiendo ambos al remordimiento. Por lo que se inclinó finalmente a hacer su propia experiencia al respecto.

Otra cosa fundamentalmente cierta de la creatura era que rara vez se equivocaba, y sus confabulados enredos eran una necesidad. Que viniendo respaldada por todos los astros – que consolidaran como afines al pez y al escorpión, al carnero y al centauro o al toro y virgo – no había razón física capaz de separar a esas almas enlazadas. Era necesario pues, para él como para el otro y en consecuencia para la criatura en cuestión, acunada entre sus brazos, aprender entonces una sana coexistencia. Lo que puede o no incluir una convivencia con macetas, plantas, gatos y perros. Un adicional de jazz a la noche algún domingo, obra social, seguro del auto y otros menesteres más mundanos. O tal vez la trascendencia del vínculo a lo material, en todos los planos para buscar en todo caso, paz entre las partes. O pintar mandalas.

Por lo que “seguilo de cerca, puede ser bastante mañoso” pasaba, tras un análisis más o menos masticado, a ser interpretado como un consejo más que como una ominosa advertencia. Lo cierto era que la creatura ya criada estaba tan decidida a mejorarlo todo en su vida y la del otro, que ninguno de los dos tenía ganas de seguir el viaje sin el bicho ése a cuestas.