He aprendido a reconocerte con todo tipo de mascarillas. Te miro, hablo contigo y sé que me sonríes. Cuando me alejo de ti, dudo.
No conozco tu sonrisa, pero en mi memoria existe.
Tanto he ejercitado la imaginación que mi cerebro duda de si llevas mascarilla o no. Duda de si conozco tu cara completa o no, pues la he construido con tus gestos, tu voz y tu intención.
Me sonríen tus ojos.
Me sonríen las arrugas en tu mirar, las chispas en tu voz. Me sonríen tus cejas y tus hombros.
Me sonríen los dedos y las manos que mueves en un lenguaje de signos inventado.
Sé que no veo cómo te muerdes los labios ante ese comando del ordenador que se te resiste. Ante esa frase incómoda.
Sé que no veo tu barra de labios maquillando el verano que llega. La carcajada que hincha tu protección resuena en mí y se agradece.
Me sonríen tus ojos, tus gestos y tus palabras.
Pronto veré tus risas y tus lágrimas resbalando a la comisura de tus labios deseosas de explorar el helado que te comes, entre bromas y amigos.
Pronto veremos caras que se nos harán extrañas.
Ahora aún me regocijo de haber aprendido a leer en el movimiento de tu piel y a escuchar la alegría en tu mirada.
Me sonríen tus ojos.
Ya nos queda menos.
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