Hay, sin embargo, otros campos de la desolación que son menos evidentes porque están reservados al mundo del intelecto: Una cosa es que a los de arriba la cultura del pueblo les dé alergia y hayan conseguido con éxito transformar los colegios en factorías de burros, y otra muy distinta que las que se suponían clases dirigentes compitan ventajosamente con el último, más lerdo y más pedazo de adoquín de una clase de secundaria.
Los campos de la desolación a los que me refiero están relacionados la falta de rigor y el descuido, o más bien el desprecio, por algo tan delicado como el lenguaje escrito. Especialmente en un ámbito donde el rigor y la previsión del lenguaje lo son todo, como es el mundo del Derecho. La primera vez que leí un texto cuyo autor iniciaba una frase nueva con una coma y no con un punto y seguido, me limité a concluir que me encontraba ante una acémila. Pero ese vicio, cuya torpeza ni a punta de pistola puedo llegar a comprender, se ha ido extendiendo como el café en un terrón de azúcar. Primero vi que se adherían con entusiasmo los periodistas en sus artículos, y muy poco después me horroricé al descubrirlo en no pocas sentencias judiciales. Ahora estoy seguro de que esa aberración ha llegado para quedarse. En particular porque ese trasto que atiende por el nombre de Real Academia de la Lengua ni limpia, ni fija, ni da esplendor, sino que se limita a propagar la relajación y el libertinaje entre otras cosas eliminando la tilde en los pronombres.
Reconozco que me resulta vomitivo este espectáculo y que me cuesta, como en el juego de las siete diferencias, encontrar alguna entre un juez muy digno que rueda en BMW y un pedazo de mendrugo en alpargatas y analfabeto. Y no es que no comprenda lo que pasa: Que las sentencias las escriben los administrativos y los jueces las firman sin repasar la gramática. Pero a esos administrativos les pagan justamente por saber expresarse por escrito. Ésa es su razón de ser.
Naturalmente la cosa no queda ahí. En multitud de documentos oficiales es fácil evocar el paisaje del antiguo Oeste americano, y sobre todo un poblado de tipis sioux, porque los altísimos funcionarios de diversos departamentos se expresan como Toro Sentado. Hablan con infinitivos. No dicen “habría que añadir que…” o “conviene explicar que…”. Empiezan sus tristes párrafos así:
-Añadir que…
-Explicar que…
Es tan difícil encontrar un político que no diga sin venir a cuento “en este sentido” como un periodista que no meta en su crónica oral un innecesario “eso sí” entre comas. No obstante, esto no dejan de ser simples muletillas idiotas. El problema es el escalofrío que sentí la semana pasada al leer el término “en ese sentido” en un Real Decreto. Tomé un bolígrafo y lo taché para ver cómo quedaba la frase: Se entendía incluso mejor.
Recientemente un Ministro del gobierno dijo, para vergüenza colectiva, “Esto es la prueba del algodón de…”, trayendo así a colación de forma inconsciente un limpiador de azulejos de cuarto de baño en el contexto de un serio problema social que ya no recuerdo.
Una de las formas más sutiles y difíciles de percibir de esta total desidia, de esta confusa indolencia y de esta desgraciada falta de rigor, la podemos encontrar en el lenguaje de los jueces de instrucción en general y en sus autos de sobreseimiento en particular. Dicen allí que tales o cuales hechos “no son infracción penal”, y cada vez que leo una cosa así me enervo porque resulta que el Código Penal no se puede infringir debido a que recoge una serie de conductas describiéndolas en forma positiva y asignándoles una pena. Por ejemplo, no dice que esté prohibido matar a otro, sino que quien lo haga será penado. Lo que deberían decir esos autos es que tales hechos son o no son constitutivos de delito. Parece tonto pero no lo es. Se trata de los mimbres que están en la raíz misma de la lógica y la coherencia.
España se viene abajo. Antaño teníamos juristas sesudos y concienzudos que sabían lo que decían, políticos que no metían el limpiahogar en sus intervenciones y legisladores que escogían con pulcritud los conceptos legales y los términos jurídicos. Ahora no tenemos más que hordas de tontos, uniforme e igualitariamente repartidos por todas las clases sociales.
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