No importa que el tipo sea un consumado misógino y un declarado xenófobo, muchos americanos ven en él un abanderado de su forma de ver las cosas. Son los que añoran un país metomentodo, blanco, protestante y racista, donde las libertades sean una cosa del pasado. Tanto admiran estas gentes a su líder que se le permite repetir una frase que es todo un ejemplo de la ceguera de sus partidarios: «Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos».

Es la opinión del que desprecia a sus propios partidarios, llamándoles gilipollas o estúpidos. Sin embargo, no se trata de un dictador de opereta del tipo del norcoreano Kim Jong-un, en un país encerrado en sus propias fronteras donde casi es imposible saber lo que realmente ocurre en el mundo. Estados Unidos sigue siendo una primera potencia  y, supuestamente, defensora de la libertad y la justicia mundial; lo de la paz lo dejamos en suspenso. El mandato de Obama ha sido por lo menos notable, con algún suspenso puntual; pero notable.

Volver a las cavernas es lo que pretende Donald. A las torturas físicas y a levantar muros fronterizos contra la emigración. Es iracundo, falaz, insultante y tramposo; todo lo que se debe aborrecer de un servidor público. Nieto de emigrantes alemanes e hijo de una emigrante escocesa. Pero lo más grave no es saber cómo es él, sino conocer que hay mucho norteamericano que piensa como Trump y le quiere como presidente.

Estamos acostumbrados a ver gente del pueblo votar equivocadamente a sus propios explotadores, a los arrogantes, a los corruptos y a los dictadores y dictablandos. Se aprovechan de las libertades y los derechos que día, a día, consiguen las gentes concienciadas. Ocurre como en la gran novela de Delibes Los santos inocentes, que se creen obligados, incluso les gusta, ir a buscar la perdiz del señorito aunque sea con una pierna rota.

En la lectura del libro de Delibes nos damos cuenta de que sus inocentes lo son porque no han vivido otra cosa y otro mundo, que el de la explotación y el caciquismo, y por eso el genial y llorado Miguel los santifica. Pero hoy y ahora, con las puertas abiertas al conocimiento y a la información, con la capacidad de juicio y de opinión, no se entiende el masivo apoyo republicano a Trump. Salvo que no nos demos cuenta que estas gentes ni son inocentes ni mucho menos santos.

Y eso, desgraciadamente, ocurre no sólo en los Estados Unidos sino en otras latitudes, tan cercanas que nos bastaría con abrir el balcón de casa y observar. Si amigas y amigos lectores, deambulando por esas calles nos encontramos a gentes que exponen con sencillez, candor y entusiasmo el porqué votan opciones claramente contrarias a los intereses generales. No debemos enternecernos por ellos, aunque sí respetar su voluntad; un derecho ganado gracias a muchos luchadores a quienes Marhuenda llama el rojerío. Sorprendámonos  de  que aquí y en los Estados Unidos, las gentes voten a los Donald Trump. Pero sabiendo que, en realidad, es lo que les interesa por un motivo u otro,  y que si estuviesen en lugar del cacique o del corrupto de turno harían lo mismo que ellos. No tienen nada de inocentes.