El cine, lo he dicho en otros escritos, me apasiona. Soy condescendiente y generoso como espectador porque valoro el esfuerzo de un grupo de profesionales para distraer al público. Admito también que en la representación artística se esconda, más o menos intencionadamente, una voluntad propagandística, para eso tenemos los seres humanos capacidad de raciocinio y podemos adivinar que hay detrás de un Rambo, de un policía que trabaja fuera de la ley o de un servicio secreto que funde a pistoletazos a todo el que no comulga con sus ideas. Y soy tolerante, porque cómo en toda obra artística, el autor o los promotores tiene derecho a expresar un pensamiento, una ideología o una forma particular de ver las cosas. Es el mismo derecho que tiene el espectador de aceptar, rechazar y criticar el trabajo que se les ofrece. Por tanto y sin que se interprete como una crítica a las calidades cinematográficas de la cinta, quiero contarles mi última visita al reino del séptimo arte.
Buscando entre las carteleras un programa para satisfacer mis deseos cinéfilos, topé con un el atractivo cartel de estreno. Una escena inequívocamente referida a nuestra guerra “incivil” se anunciaba desafiante. Confieso que a pesar de lo doloroso que resulta patentizar aquella lucha fratricida, muchas cintas cinematográficas que tocan el tema, han quedado en mi memoria. Por quién doblan las campanas; Las bicicletas son para el verano; Tierra y Libertad; Las trece rosas; Posición avanzada; Historia de una escalera; La Vaquilla… y tantas otras donde al trabajo de las actrices, actores, directores y técnicos, había que sumar el de los autores de las novelas y a los guionistas. Por un motivo u otro, situadas cada una en su tiempo o en su momento, todas son grandes películas que quedan en el recuerdo.
Pero siguiendo con mi decisión, el título del estreno, tenía además el atractivo de las leyendas de los viejos pergaminos mapamundis que más allá de la tierra conocida advertían a los navegantes: Hic sunt dracones, la posibilidad de encontrarse con el mítico e incandescente depredador, que no era otra cosa que el miedo. La cinta está dirigida por Roland Joffé, autor de filmes tan importantes como La Misión o Los Gritos del Silencio. Así que me dispuse a ver una interesante película, sin conocer ni la temática ni las críticas, que es la mejor forma de no sentirse influenciado. La primera sorpresa fue “descubrir” que se trataba de un film sobre la infancia y juventud de José María Escrivá de Balaguer, en la que Joffé trata, sin el éxito de películas anteriores, de relatar la capacidad del ser humano ante las situaciones límites.
Sin anteponer ningún tipo de perjuicio político, ideológico o religioso, las reflexiones éticas y morales de los protagonistas dan que pensar. Se retrata como héroe patriótico al tipo que es capaz de asesinar a la mujer que ama, con el pretexto de enviarla al otro mundo a encontrarse con el gran amor de su vida. Es el mismo que, aún siendo espía de los golpistas, tiene la “gallardía” de descerrajar por la espalda la nuca de un compañero que intenta disparar sobre un grupo de fugados entre los que se encuentra José María Escrivá. Bajo el axioma de que los héroes tienen que tomar partido y que el perdón debe primar frente al odio – en lo que muchos estamos, afortunadamente, de acuerdo – se manejan los ideales y se presentan actos de soberana injusticia, como justificar el golpe, como actos de valor. Todo muy sutil, muy “amanerado”, muy estudiado, con la intención de hacer ver que el guión trata de alejarse de las ideologías y destacando a su director y guionista como agnóstico y de izquierdas.
En el film, Escrivá de Balaguer, cargado de comprensión por las acciones punibles de los republicanos, escapa de la persecución marxista gracias al momento que antes les he relatado y de este modo, puede atravesar la frontera española por Andorra. En la coctelera queda como un producto espontáneo, con el fin de consagrar la bondad del hombre pese a su faceta humana y al propio tiempo glorificar la figura del fundador del Opus Dei. Pero saliendo de su atractivo recipiente, el licor sólo es apto para estómagos dispuestos.
A lo largo de la película se presagian las verdaderas intenciones ideológicas y aunque, tenuemente, queda en evidencia la misoginia del de Barbastro que tanto aplauso sigue teniendo en la Obra. Evidentemente se soslaya que, después de su huida al país pirenaico, regresó en cuanto pudo a España y fue directamente a Burgos, la capital de los sublevados. Fue una toma de posición política que justificaría la barbarie del fascismo y que sumaria muchos y significativos personajes al régimen franquista, incluso gobiernos enteros y sobre todo que aportaría a la “Obra” importantes beneficios. Se insiste en toda la cinta del carácter bondadoso de Escrivá, cuando sabemos que tenía una personalidad iracunda y colérica. Dice Roland Joffé, que no aceptó el trabajo hasta conocer bien el temperamento del personaje; está claro que le dieron textos inexactos o no entendió la verdadera condición del santo.
No trato de hacer una crítica cinematográfica, aunque se podría escribir folios enteros por la falta de rigor histórico de la película, podrían haber asesorado mejor a Roland o tal vez no convino. Tampoco voy a incidir en la parte mística, cada uno elige la creencia que quiere. Contra lo que me rebelo es frente a la manipulación, venga de Hollywood o de la mismísima Roma, el tiempo ha demostrado cuales eran los intereses de unos y de otros. Sólo puedo añadir que no se pierden nada si no van a verla…y si van, ¡cuidado! Hic sunt dracones.
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