Durante miles de años, faraones, sacerdotes y escribas se empecinaron en contar a las futuras generaciones los hechos y logros de las épocas esplendorosas de su cultura. También, como siempre a lo largo de la historia, hubo mandatarios que trataron de ocultar los éxitos de sus predecesores, pero no fue por ocultismo, sino por interés político o religioso. La actitud vocacional de los habitantes de la tierra donada por el Nilo fue la de mostrar sus conocimientos, incluso el camino a seguir en el más allá. Y si trataron de esconder los lugares de su última morada fue por objetivos eminentemente prácticos, tratando de evitar el saqueo y protegiendo el viaje del ocupante mientras alcanzaba el inframundo.

Fue con la llegada de civilizaciones exteriores cuando, en su ignorancia, les fue más sencillo hablar de misterios que reconocer que muchos siglos atrás se habían alcanzado niveles de conocimientos superiores incluso que los que poseían los nuevos “descubridores”. Así, poco a poco, averiguaron que aquellos signos esculpidos en paredes y cámaras mortuorias, contenían una gran parte del libro de la historia y que ciencias como las matemáticas, astronomía, medicina, arquitectura e ingeniería o artes como la escultura, la pintura  y relieve mural o técnicas agrícolas, de decoración y de momificación, eran parte de los grandes conocimientos egipcios. Desde el hallazgo de la Piedra de Rosetta a la tumba de Tutankamon, occidente fue redescubriendo un mundo de avances insospechados, gracias al trabajo de muchos  Champollion  e interés de otros tantos Howard Carter.

A partir de entonces, las fábulas y los misterios trataron de justificar lo que no podía explicarse fácilmente y aparecieron patrañas, teorías y presunciones de todo tipo. Levitaciones y ablandamientos de la materia; visitas de extraterrestres; contactos con el más allá; mediciones imposibles; distancias siderales escondidas en la cuadratura del círculo y otras zarandajas dieron paso a las más extrañas conclusiones con las que se han vertido casi tantos litros de tinta como aguas tiene el Nilo.

Más tarde se impuso la razón y la investigación seria y supimos que las grandes pirámides fueron obras maestras de habilidosos y sabios arquitectos, que un esclavo mal alimentado no puede subir rampas de arena arrastrando grandes bloques de piedra y que fueron artesanos en su mayoría, quienes esculpieron, levantaron y construyeron todo un legado artístico y monumental.

Hoy, Egipto, vuelve a ser presa de un insondable misterio que no lo es para nadie. A nadie se le escapa que un tupido velo se ha corrido durante años sobre la actuación de su presidente Mubarak  y que su fortuna puede compararse a aquellas que los faraones enterraban en sus pirámides para poder disfrutar en el otro mundo. Occidente e Israel, han preferido a este nuevo faraón, que la posibilidad de que Egipto sea la enésima víctima de un estado islamista. Los hechos de alta política vedados para las gentes sencillas no nos han permitido traducir claramente los jeroglíficos del otrora país de los faraones. Mubarak ha caído por la fuerza del deseo de su  Pueblo, su originaria fama de héroe de la guerra del Yom Kipur, se fue erosionando durante sus 30 años de férreo gobierno y el ya ex presidente egipcio ha tenido que retirarse al exclusivo centro vacacional de Sharm el-Sheikh con problemas de salud, asombrado por lo que no entiende. Al parecer, el ocultismo de lo que sucedía en la calle por parte de su ministro del Interior y las interpretaciones intencionadas de su hijo Gamal, sumieron  en la confusión más total a Hosni Mubarak que no comprendió lo que su Pueblo le dictaba.

Durante las últimas semanas hemos visto las calles plazas de Egipto, particularmente la de Tahrir, repleta de gentes que aspiran a un profundo cambio social. Algunos ciudadanos han perdido la vida en el intento de que la juventud de Egipto no esté obligada a construir templos y pirámides para los de siempre, tampoco que tenga como salida única pasear turistas por el Nilo o servir copas en los restaurantes de El Cairo. No más esclavitud de baja intensidad, exigen futuro. Aceptan los egipcios que la salida más probable para sus expectativas profesionales sea el turismo, pero como sus antepasados al servicio de las obras faraónicas exigen sus derechos. Se abre una nueva etapa en la que los Fillon de turno, por muy ministros de exteriores que sean, tendrán que pagarse sus paseos por  el Nilo. Y poder exigir con pleno derecho al museo de Berlín  la devolución del busto de Nefertiti, sin más dilaciones y excusas. Ellos, que destruyeron media Europa, mantienen que Egipto no es un lugar seguro para una reina egipcia. Tal vez, después de tantos siglos, Europa todavía no comprende a Egipto.

Un millón de egipcios se congregaron para lograr la dimisión de su presidente. Dos millones de manos se levantaron al unísono en la plaza de Tharir en busca de una solución, de un fututo. Nada hay de oculto en ello, ningún misterio, sólo el deseo de un  Pueblo con un gran pasado a tener derecho a un mejor presente.

Por Jordi Siracusa

aaaaDurante miles de años, faraones, sacerdotes y escribas se empecinaron en contar a las futuras generaciones los hechos y logros de las épocas esplendorosas de su cultura. También, como siempre a lo largo de la historia, hubo mandatarios que trataron de ocultar los éxitos de sus predecesores, pero no fue por ocultismo, sino por interés político o religioso. La actitud vocacional de los habitantes de la tierra donada por el Nilo fue la de mostrar sus conocimientos, incluso el camino a seguir en el más allá. Y si trataron de esconder los lugares de su última morada fue por objetivos eminentemente prácticos, tratando de evitar el saqueo y protegiendo el viaje del ocupante mientras alcanzaba el inframundo.

Fue con la llegada de civilizaciones exteriores cuando, en su ignorancia, les fue más sencillo hablar de misterios que reconocer que muchos siglos atrás se habían alcanzado niveles de conocimientos superiores incluso que los que poseían los nuevos “descubridores”. Así, poco a poco, averiguaron que aquellos signos esculpidos en paredes y cámaras mortuorias, contenían una gran parte del libro de la historia y que ciencias como las matemáticas, astronomía, medicina, arquitectura e ingeniería o artes como la escultura, la pintura  y relieve mural o técnicas agrícolas, de decoración y de momificación, eran parte de los grandes conocimientos egipcios. Desde el hallazgo de la Piedra de Rosetta a la tumba de Tutankamon, occidente fue redescubriendo un mundo de avances insospechados, gracias al trabajo de muchos  Champollion  e interés de otros tantos Howard Carter.

A partir de entonces, las fábulas y los misterios trataron de justificar lo que no podía explicarse fácilmente y aparecieron patrañas, teorías y presunciones de todo tipo. Levitaciones y ablandamientos de la materia; visitas de extraterrestres; contactos con el más allá; mediciones imposibles; distancias siderales escondidas en la cuadratura del círculo y otras zarandajas dieron paso a las más extrañas conclusiones con las que se han vertido casi tantos litros de tinta como aguas tiene el Nilo.

Más tarde se impuso la razón y la investigación seria y supimos que las grandes pirámides fueron obras maestras de habilidosos y sabios arquitectos, que un esclavo mal alimentado no puede subir rampas de arena arrastrando grandes bloques de piedra y que fueron artesanos en su mayoría, quienes esculpieron, levantaron y construyeron todo un legado artístico y monumental.

Hoy, Egipto, vuelve a ser presa de un insondable misterio que no lo es para nadie. A nadie se le escapa que un tupido velo se ha corrido durante años sobre la actuación de su presidente Mubarak  y que su fortuna puede compararse a aquellas que los faraones enterraban en sus pirámides para poder disfrutar en el otro mundo. Occidente e Israel, han preferido a este nuevo faraón, que la posibilidad de que Egipto sea la enésima víctima de un estado islamista. Los hechos de alta política vedados para las gentes sencillas no nos han permitido traducir claramente los jeroglíficos del otrora país de los faraones. Mubarak ha caído por la fuerza del deseo de su  Pueblo, su originaria fama de héroe de la guerra del Yom Kipur, se fue erosionando durante sus 30 años de férreo gobierno y el ya ex presidente egipcio ha tenido que retirarse al exclusivo centro vacacional de Sharm el-Sheikh con problemas de salud, asombrado por lo que no entiende. Al parecer, el ocultismo de lo que sucedía en la calle por parte de su ministro del Interior y las interpretaciones intencionadas de su hijo Gamal, sumieron  en la confusión más total a Hosni Mubarak que no comprendió lo que su Pueblo le dictaba.

Durante las últimas semanas hemos visto las calles plazas de Egipto, particularmente la de Tahrir, repleta de gentes que aspiran a un profundo cambio social. Algunos ciudadanos han perdido la vida en el intento de que la juventud de Egipto no esté obligada a construir templos y pirámides para los de siempre, tampoco que tenga como salida única pasear turistas por el Nilo o servir copas en los restaurantes de El Cairo. No más esclavitud de baja intensidad, exigen futuro. Aceptan los egipcios que la salida más probable para sus expectativas profesionales sea el turismo, pero como sus antepasados al servicio de las obras faraónicas exigen sus derechos. Se abre una nueva etapa en la que los Fillon de turno, por muy ministros de exteriores que sean, tendrán que pagarse sus paseos por  el Nilo. Y poder exigir con pleno derecho al museo de Berlín  la devolución del busto de Nefertiti, sin más dilaciones y excusas. Ellos, que destruyeron media Europa, mantienen que Egipto no es un lugar seguro para una reina egipcia. Tal vez, después de tantos siglos, Europa todavía no comprende a Egipto.

Un millón de egipcios se congregaron para lograr la dimisión de su presidente. Dos millones de manos se levantaron al unísono en la plaza de Tharir en busca de una solución, de un fututo. Nada hay de oculto en ello, ningún misterio, sólo el deseo de un  Pueblo con un gran pasado a tener derecho a un mejor presente.

Por Jordi Siracusa

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