Por eso es lícito que los líderes políticos, según el país, las circunstancias, la ideología o el interés, aboguen por salirse de la Unión, por entrar, por mantenerse o por alejarse de ella. Geert Wilders, líder del xenófobo Partido Para la Libertad holandés (PVV), es uno de los que defienden la salida de los Países Bajos de la Unión Europea, basándose en que se obtendrían pingües beneficios para su país: más creación de empleos, bajada de impuestos y que esto redundaría en un mayor crecimiento económico. No voy a poner en duda las palabras del rubio y cada vez más regordete holandés, por otro lado es axiomático que con más empleo y menos impuestos, mayor crecimiento económico. Lo que está por demostrar es si fuera de la UE, lo conseguiría.
La de Geert es una opinión, tan respetable como cualquier otra. En lo que no estoy de acuerdo es en su contumacia a la hora de tratar de demostrar que, muchos de los males que afligen a su país, vienen por los inmigrantes que quitan trabajo, restan recursos al gobierno y transforman, para mal, a la sociedad neerlandesa.
Geert Wilders es tal vez muy joven o ha leído muy poco, para saber que Holanda basó su crecimiento económico en la explotación de recursos ajenos, entre otras cosas la trata de esclavos o la piratería. Ni más ni menos que otras potencias europeas. Que los emigrantes hicieron y hacen los trabajos que no quieren hacer los holandeses. Y que la transformación social a la que tanto teme, la hicieron también en su día los neerlandeses para sacudirse el yugo español; y no les fue tan mal.
La emigración es un fenómeno tan antiguo como el mundo y con él hay que torear en la forma mejor y más humanitaria, y por supuesto, sin poner en peligro los valores del país receptor. Entre las gentes que pretender buscar una vida mejor hay de todo y tenemos que juzgarles por sus hechos, no por su procedencia o por el color de la piel.
Una cámara de seguridad de una calle napolitana, captó el otro día un suceso que es el paradigma de lo que trato de explicar. Un joven inmigrante de origen africano que pedía limosna en una transitada calle de la ciudad, fue el único que defendió a una mujer de ser robada por un motorista “estirabolsos”. Benjamín, que así se llamaba el salvador, recuperó el bolso de la dama. Se da el caso que la misma cámara registró, instantes antes, a la misma mujer ignorando la petición del joven. Pero la cámara de vigilancia de Nápoles nos ofrece más enseñanzas, algunos de los transeúntes, llevados por los perjuicios y la xenofobia, creyeron que el ladrón era el africano y en el tumulto el verdadero cuatrero volvió a montarse en su moto y se largó tranquilamente. Seguramente a casa, donde la sua mamma le preparó una buena pizza. Y es que las apariencias y la xenofobia, engañan más de lo que parece.
Debería saber Wilders que el capitán Willem van der Decken, también quiso ir muy deprisa y fue condenado a vagar eternamente por los mares a bordo de su buque “El holandés errante” y sin poder atracar en ningún puerto. No llegó ni tan siquiera a sentirse inmigrante. Sólo podría ser salvado si un alma pura tomara su lugar. Sin importar el sexo, la raza o el color de la piel del salvador.
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