En ocasiones, no demasiadas por desgracia, la noticia no nos trae crónicas de una guerra terrible ni de virus maléficos inventados por el hombre en un laboratorio y que pueden terminar con la Humanidad; tampoco de las estafas de políticos y banqueros, tan numerosas que ya no son novedad. La noticia, a pesar de tratar sobre el penúltimo fraude social, lleva esta vez los tintes de la España de charanga y pandereta que anunciara Machado y nos hace esbozar una sonrisa o estallar en una carcajada. Es el caso de la osadía de un mozalbete que ha sabido aprovechar su aspecto de niñato conservador y el vacío en la cabeza que hoy tienen los gobernantes de esta España heredera de Rinconete y Cortadillo.

Cuando los gobiernos no gobiernan, cuando los presidentes ni están ni se les espera, cuando las instituciones, la justicia y la honestidad solo son letras de bolero o de tango, que dan pena y lamento, no es extraño que el payaso de turno tenga su oportunidad, su coche oficial y la posibilidad de codearse con los máximos representantes de la España inferior que reina, bosteza, gobierna y baja la testuz para asegurarnos de que ya hemos salido de la crisis. Es entonces cuando cualquiera que, apenas sepa hablar, llegue a presidente de una diputación o haga un aeropuerto donde los vuelos sean tan vaporosos y tenues como las nubes. Es la España donde muchos de sus parlamentarios se exceden con un “ohhhhhhh” de asombrosa y cínica ignorancia cuando les hablan de la pobreza infantil de la que somos subcampeones de Europa. La España que cantara Machado y que todavía pervive gracias a la admiración que muchos sienten por los golfos, los mentirosos y los triunfadores del excremento social.

Por eso no es de extrañar que surjan elementos como el “pequeño Nicolás” y que sus diabluras pongan al descubierto la incapacidad de unos y la banalidad de las parafernalias oficiales. Nicolás, a su tierna edad, ha dispuesto de coches oficiales, medios y credibilidad para demostrar que el protocolo y la parafernalia son solo formalidades y ritos para alejar al Pueblo de sus gobernantes y esconder en ceremoniales y etiquetas la verdadera esencia de todos ellos: su mediocridad. El asunto sería para partirse de risa si esta gente no fuese a quienes les hemos dado un mandato para arreglar nuestro futuro. Sin embargo, hay algo de positivo con la presencia en los besamanos oficiales y en la “vida pública” de Nicolasito: cualquiera puede engañar a nuestros próceres, cualquiera puede ser agente de inteligencia y cualquiera puede ir en coche oficial; es el sueño de muchos ciudadanos, dispuestos a perdonar los excesos más graves, incluso los perpetrados por los más “honorables”, y todo porque ellos, llegada la ocasión, harían lo mismo.

Seguro que han visto una película protagonizada por Leonardo DiCaprio y Tom Hanks llamada “Atrápame si puedes” basada en la vida real de Frank Abagnale Jr., quien con diecinueve años, llevó de cabeza al FBI con sus engaños y falsificaciones. Al final, terminó trabajando para la propia Oficina de Investigación Federal. No les extrañe que el “pequeño Nicolás” haga lo propio para el CNI o lo que es peor y más probable, que llegue a parlamentario por el Partido Popular. Una forma como otra de atrapar los votos de algunos indecisos, los que, parafraseando a Machado, admiran a los tarambanas y son amantes de sagradas tradiciones…

Me gustaría que la del “pequeño Nicolás” fuera una última burla y que surgiera una sociedad implacable y redentora; sociedad de la rabia y de la idea, que enviara a todos los inútiles al otro lado del espejo a jugar con la reina de corazones, el conejo blanco, el tarjetero negro, el sombrerero Pujol y el Monopoly con las torres de Bankia; aunque ninguno ellos, pese a los formulismos y a las etiquetas protocolarias, valgan lo que tratan de aparentar.