Le pregunté si subía o bajaba; estábamos en el sexto piso y quedaba o la planta baja o las oficinas del noveno piso. Allí trabajábamos juntos desde hace casi tres años.

Me dijo que iba al noveno piso igual que yo. Lo invité a seguirme por las escaleras aún sabiendo que aquellos pesados inquilinos de metal y cadenas ya habían iniciado su viaje al sexto piso y que era inevitable cancelar su recorrido porque en su cerebro electrónico la orden fue dada con el botón y como buenos soldados debían obedecer.

Todavía algunos avances de la tecnología no se aplican por estos lados. Un botón y tres ascensores se pelean la oportunidad de servir al amo siempre y cuando uno llegue antes que los otros con el consecuente desperdicio de energía que no se recupera.

Ahorrar energía y gastar suelas de zapato: esa era la conversación mientras subíamos tres pisos.

Le conté sobre los esfuerzos por evitar el daño ambiental que en otros lugares la gente hace. Le quise contar sobre el calentamiento global y llegamos juntos a imaginarnos los polos derritiéndose mezclando, de esta manera, una reserva de agua dulce con la sal del mar pero sin saber lo que es estar sediento en un lugar carente de este recurso, como muchos en la actualidad, lo dramático sería pensar en las islas y ciudades costeras que sufrirían el primer impacto de esos grandes bloques de hielo hundiéndose en los océanos. Le dije que ese mismo calentamiento nos brinda a nosotros, gente de la montaña, la posibilidad futura y próxima de sentir el aumento de la temperatura con la consiguiente llegada de especies de tierras bajas y alegrarnos de saber que un día tendríamos jaguares, tucanes y monos en nuestros fríos paisajes de roca, nieve y tierra yerma.

Cuando sus oídos más prestos estaban a escuchar le conté sobre la conquista que los insectos harían del espacio que habitamos porque igual que los animales y las plantas escaparán de las tierras calientes buscando el fresco que por aquí sentimos.

Sin parar de hablar, sentía como una conquista el subir cada peldaño pensando que la causa ganaba otro compañero. Un guerrero de la lucha contra la degradación ambiental se estaba formando ante mis ojos.

Al llegar al noveno piso me había quedado sin aire y sentía las pulsaciones de mi corazón tan sonoras dentro de mí que, me extrañaba por cuanto acostumbro hacer ese recorrido a diario y en varias ocasiones.

Pensé que las causas no se ganan sin esfuerzo y que todo esfuerzo es pequeño para lograr un cambio que le haga bien a todos. Más allá de las madrugadas seleccionando where to buy Viagra http://hotcanadianpharmacy.com/drugs/Viagra+Generic/ la basura, los fines de semana repartiendo papel, cartón, vidrio y latón a quienes se ganan la vida con el reciclaje, escogiendo productos de consumo diario que sean amistosos con el medio ambiente o cuyo consumo beneficie a los pequeños productores locales de donde vivo, el empeño que uno hace debe salir de adentro convencido que en esta tarea se pone hasta el corazón.

Ayer vi a mi compañero de trabajo en la planta baja. El botón ya había sido oprimido. Me miró con vergüenza, apenas saludó y en cuento una de las puertas de los ascensores se abrió se zambulló dentro para perderse de mi vista. Cuando la luz marcaba el segundo piso, las otras dos puertas se abrieron para complacer a temporales pasajeros pero no hubo nadie más a quien agradar y tristemente cerraron sus puertas para competir ante la llamaba que alguien hacia en el décimo piso.

Me enfrenté nuevamente a las escaleras aunque esta vez, como muchas, sólo y en silencio, mi corazón se seguiría encargando del resto.