En su libro Ética para Amador el filósofo Fernando Savater, con su especial sentido del humor, distingue entre varios tipos de imbéciles y lo hace tan bien que casi todo el mundo cabemos en uno de los grupos tipificados. No obstante, Savater no incluye un apartado de imbecilidad que distingue al imbécil general del imbécil moral. Para que se entienda la sutil diferencia, entre unos y otros, si los errores los cometieran gentes con falta de inteligencia o necedad me bastaría con aplicar el adjetivo sin más. Sin embargo, a las formas y maneras de lo sucedido estos días, conviene añadir el especificativo “moral” al adjetivo.

Imbécil moral, según varios autores y  especialistas, es aquel que teniendo inteligencia y conocimientos, no logra, en algún momento, distinguir entre el bien o el mal, entre lo conveniente y lo inconveniente, desembocando en conductas imprevistas y peligrosas. Llegado a este punto se muestra incapaz de comprender principios y valores morales y por ello toma decisiones equivocadas en temas que no alcanza ni se molesta en entender. Insisto en que, imbécil moral, no es un insulto, es un diagnóstico.

La decisión de la fiscalía de pedir tan altas penas para los políticos catalanes no responde a un intento de entendimiento, ni de acercamiento, ni de búsqueda de paz. Parece más bien a una necesidad de venganza y de escarmiento impropia de gentes inteligentes. No dudo que esté basada en razonamientos jurídicos, tampoco que sea contraria a la ley, pero dentro de las facultades de la acusación pública está la interpretación y, sobre todo, la oportunidad. En este sentido y sosteniendo mi argumento, tanto la abogacía del Estado como asociaciones de jueces, disienten en el tipo de acusación de la fiscalía.

Subidos al carro de su conveniencia, el PP, Ciudadanos y Vox tratan de jugar sus propias bazas mostrándose más papistas que el Papa, demostrando que sus principales dirigentes acusan también el síndrome o la propiedad de imbéciles morales. Y eso es altamente peligroso, porque utilizan su imbecilidad para conseguir la aceptación de los que consideran sus adeptos. Su discurso de mala fe va dirigido hacia los grupos que rechazan de una forma sintomática la posible concordia. Les pretenden hacen creer que con mano dura y sin diálogo se resolverá la cuestión y eso, nos guste o no, es imposible y con un incierto final.

No crean que es un error de estrategia, los imbéciles morales pueden ser muy astutos y hábiles. No son tontos, son insensatos. Pero la solución para Catalunya, que es una solución para toda España, no está en las fobias y filias y en los enroques, el problema catalán es un problema político y con esas bases hemos de arreglarlo. Sería de imbéciles no hacerlo.