En un gesto de generosidad y atendiendo a la preocupación del monarca español por los compatriotas presos en el vecino país, el rey de Marruecos, Mohamed IV decidió conceder su gracia a cuarenta y ocho españoles.
La sugerencia de Juan Carlos no cayó en sitial vacio y su homólogo y amigo, aprovechando la señalada fecha del “Día del trono”, decidió la liberación del contingente español. Inmediatamente cerca de una treintena de paisanos que restaban en las mazmorras marroquíes preguntaban al viento – como en la canción de Bob Dylan – qué criterios se habían seguido para la prioridad en la excarcelación. Algunas voces se levantaron asegurando que sí había razones de peso para la arbitraria selección, puesto que los ocupantes de ambos tronos lo eran por gracia divina… ¿O no?
El caso es que el rey español regresó satisfecho de su visita al Magreb y Mohamed VI feliz por haber complacido el interés de su “hermano” real, en vocablos diplomáticos. Ingenuamente me pregunto: ¿Llevaría Juan Carlos una lista? Y si es así ¿Quién o quienes se la proporcionaron? Pero no me hagan caso. ¿Qué sé yo de los compromisos internacionales y los vericuetos de nuestra diplomacia externa?
Sin embargo el regalo o la presunta petición estaban envenenados y no con la ponzoña que otrora, siglos ha, se llevaba por delante a los reyes y a los príncipes. Esta vez estaba envuelta con el peor tóxico. Uno de los liberados es un pederasta que tiene en su haber – ojalá sea en su debe – once casos de violación infantil de niños, el más pequeño de tres años. La liberación de ese monstruo ha levantado la mayor manifestación ciudadana que se recuerda en Marruecos contra una decisión real. Y el monarca alauí ha tenido que rectificar y confesar que, como un rey de pretéritos medievales, no tenía ni idea de a quién amnistiaba. Y surge otra pregunta: ¿Lo sabía la diplomacia española?
Todo esto viene a rememorar que las relaciones de “sangre real” pretenden, supuestamente, estar por encima de las voluntades y justicias populares, si no, sirva de ejemplo el caso de Soraya, una joven que aseguraba haber sido violada en agosto de 2008 por el jeque árabe Al Waleed Bin Talal y cuya historia se contó en un reportaje de la revista Interviu. En marzo de 2012 se archivó la denuncia por parte de la justicia española. De inmediato, y según la mencionada revista, Juan Carlos envió una carta al príncipe árabe, congratulándose de que “su caso” hubiese quedado sobreseído. No sé si la carta que a su vez remitió la madre de Soraya al rey ha tenido respuesta.
Esos detalles, queridos lectores, son los que pasman a mi rebeldía, porque tiene causa, y bemoles esos supuestos compadreos entre los elegidos por Dios y por Ala por situarse, presuntamente, al margen de las razones y argumentos del pueblo llano, o si detrás hay razones diplomáticas o políticas que les inducen a ello. Que se sepa.
El pederasta residente en Torrevieja, nacido en Basora (Irak) y de nacionalidad española, es un tipejo de cuidado y miren ustedes por dónde, ex oficial del ejército iraquí, supuesto espía de los aliados para derrocar a Sadam y posteriormente becario – ¡con 46 añitos, por aquel entonces! en el área universitaria de Relaciones Internacionales de la Universidad de Murcia. Me recuerda mucho esta historia a la de aquel marroquí, imán titular del pueblo de El Algara en Cartagena, detenido en febrero de 2010 bajo la acusación de abuso sexual de cinco niñas, de edades comprendidas entre los seis y los once años y a las que impartía clases de Corán. Pues bien, pocos días después de su detención, se supo por la prensa local que el tipo era colaborador del Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
Les repito que no me hagan demasiado caso. Lo único que sé de espionaje es lo que he visto en las películas del 007. ¿Y qué sabrá este pobre articulista de relaciones internacionales y perdones reales?, se preguntaran ustedes, y quizás tengan razón. Pero estén conmigo muy atentos: Ayer mismo ha sido detenido en Murcia el pederasta en cuestión. Sigamos la noticia atentamente para ver si es definitivamente expatriado a Marruecos o se queda en una cárcel española… y durante cuánto tiempo.
Lo que menos me gusta del Juego de Tronos, es que hay demasiada fantasía, prefiero las películas de Misión Imposible…son más reales. Hay que pedir explicaciones por todo este asunto. Rememorando la famosa canción de Bob Dylan, de los años sesenta: ¿Cuántas veces puede un hombre volver la cabeza y fingir que no ve?
La respuesta, amigos míos, está flotando en el viento.
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