En el cristianismo es, principalmente, el culmen de todas las celebraciones gloriosas, en la que Jesús, toma presencia humana en la tierra: Jesús se da a conocer. En la liturgia católica es tiempo de Navidad, desde la Natividad el 25 de diciembre, la llegada de los Magos de Oriente, finalizando el domingo posterior a la solemnidad de la Epifanía, con el bautismo del Señor en el río Jordán. Doce días de “manifestación” de la Santísima Trinidad ante los hombres. La Gloria de Dios en todo su esplendor.
Por su singularidad y la prueba de como todo un pueblo, a caballo con su historia mientras lucha con su asentimiento como nación, retomo del gran escritor y viajero Javier Reverte, los detalles de una Epifanía alejada en el modo y costumbre de la nuestra, sin embargo, coincidente en esencia con su fondo mágico. El Timket en lengua amárica, es la gran fiesta religiosa de Etiopía y se celebra todos los veinte de enero, según nuestro calendario gregoriano, día equivalente al once de enero del calendario juliano por el que se rigen los etíopes, tan peculiares en todo. Mientras en el universo católico la Epifanía es una fiesta que conmemora la Adoración de los Reyes, en Etiopía se da el mismo nombre a la festividad que celebra el bautismo de Cristo.
En realidad, todo el ceremonial comienza el día anterior, la noche del Ketera (víspera del Timket), cuando los etíopes acompañan la salida en procesión de los tabots (réplicas del Arca de la Alianza) de cada iglesia parroquial del país, tabots que son llevados hasta un lugar cercano a una fuente de agua. Allí se oficia misa a la una de la mañana y los fieles velan en las puertas de una gran tienda de lona donde se coloca la réplica del Arca. Las congregaciones de jóvenes, los liqawent, rezan y cantan a Cristo desde el atardecer del diecinueve al amanecer del veinte. Y luego acompañan con sus danzas y sus cantos a los sacerdotes que salen de nuevo en procesión hacia un lugar donde habrán de encontrarse con las procesiones de otras parroquias, cada una de ellas con su propio tabot. A la fiesta se unen los Shissheba, grupos de baile religioso formados por clérigos, que interpretan canciones que se remontan al siglo VI y que fueron compuestas por el santo Yared, el padre de la zema, la música sacra etíope, sobre textos de los Evangelios. Las letras de estos himnos se cantan en gue’ez, la lengua primitiva del país, previa al amárico, una especie de latín etíope en el que están escritos los antiguos códices religiosos y las crónicas reales.
El tabot es el protagonista indiscutible de la Epifanía. Cada parroquia de Etiopía guarda un tabot en su templo, copia de la auténtica Arca de la Alianza, supuestamente conservada en una iglesia de Axum. Los tabots nunca salen de los templos ni pueden ser vistos por los fieles durante ningún día del año, salvo en las procesiones de la Epifanía. En cuanto al Arca original, no se puede ver ni siquiera en esa sagrada ocasión, permaneciendo encerrada en Axum, vigilada por un celoso guardián; el mismísimo patriarca de Etiopía tampoco puede verla. El Arca invisible, desde su cárcel de Axum, es capaz de operar grandes milagros, y también los tabots, aunque en mucha menor medida.
En las ciudades como Addis Abeba o Gondar, las procesiones de las diversas parroquias confluyen en un mismo lugar donde hay piscinas de agua que los sacerdotes han bendecido previamente. Entre danzas y cantos, la mayoría de los fieles se bañan en las piscinas para renovar el bautismo y, al resto, los clérigos los riegan con mangueras de agua bendita. El que no se empape ese día, que se las entienda con Dios. Las mujeres estériles buscan cada año la fertilidad en el bautismo, una creencia popular muy arraigada desde hace siglos.
Ningún creyente copto falta ese día al gran acontecimiento religioso. Todos visten chemmas blancas, túnicas de algodón que cubren la cabeza y los hombros. Y las ciudades se inundan de hombres y mujeres que marchan como una fila de hormigas blancas y rostros oscuros hacia el lugar del bautismo. El aire de toda Etiopía se llena de himnos seculares, al ritmo de los violines (massinko), las liras (krar), las flautas (washint) y el trueno incesante de los diversos tipos de tambores (negarxt, kebero o atamo).
«Tetemke Semayawi, Beide Meretawi», reza la letra de uno de los antiguos cantos compuestos por el santo Yared. Sencillamente quiere decir: «El Celestial (Cristo) es bautizado por la mano del Terrestre (Juan el Bautista)».
Emilio Hidalgo Guirado
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