Nuevos retos y nuevas maneras desconocidas de hacerlos frente se abrían ante nuestros ojos de ciudadanos nacidos en las postrimerías de nuestra lamentable postguerra. Confieso que, allá por el XX, cuando pensaba en lo que nos depararía el inicio del nuevo milenio, no era capaz de imaginar donde nos llevaría tanto avance como se empezaba a vislumbrar.
Nuevas tecnologías de la comunicación, medicina, cirugía, búsqueda de recursos sostenibles, respecto por el medioambiente, movilidad, educación, que no solo formación, cooperación entre países, derechos humanos. Un enorme desarrollo en todos los ámbitos que, harían del planeta un mundo totalmente diferente al que conocíamos, más humano, más ecuánime, más justo, más amable y tranquilo. Y, de sus moradores, ciudadanos felices y realizados plenamente.
En algunos campos hemos llegado a niveles inimaginables hace pocos años y ahora somos capaces de los más grandes logros. Eso sí, unos más que otros, porque el desarrollo y los avances siguen dependiendo del dinero y del poder que este otorga.
Viajamos más rápido y más lejos, pero la huella que dejamos en el medio ambiente nos está ahogando, está acabando con el difícil equilibrio de una naturaleza amenazada de muerte y cansada de nuestros ataques.
Las redes sociales nos permiten estar conectados con el otro extremo del mundo y conocer lo que sucede en la más recóndita aldea en tiempo real. Aunque esto conlleva el riesgo de que cualquiera lance a las redes informaciones mal intencionadas y tendenciosas, mentiras o medias verdades que envenenan el pensamiento y polarizan a la humanidad.
El acceso a la red que, en un principio, supone facilitar la vida a los usuarios se está convirtiendo en un factor más para aumentar las diferencias. Quien no tiene acceso o es incapaz de usarlo se queda, irremisiblemente, atrás. Como muestra un pequeño botón, nuestros mayores están siendo condenados a depender de otros para realizar sencillas operaciones bancarias.
Los avances farmacéuticos permiten alargar y, a veces, mejorar nuestra calidad de vida. Otras, simplemente nos permiten vegetar más tiempo, sufriendo o haciendo sufrir a los que tenemos más próximos. Eso en el mejor de los casos, en los de tratamientos de patologías o degeneraciones que arrojen fuertes beneficios económicos. Por el contrario, la investigación sobre otras muchas afecciones que, no van a reportar ganancias millonarias, quedan relegadas al olvido y los que las sufren avocados al sufrimiento y a la muerte. Sin olvidar que existen tratamientos experimentados y cuya eficacia se ha comprobado sobradamente, como vacunas, que no llegan más que a la parte de la población que puede pagarlos.
Estamos de acuerdo en que hemos avanzado en materia de derechos humanos. Un gran número de habitantes de este planeta tiene asegurados, por ley, los fundamentales. Aunque no vamos a olvidar que lo que dicen las leyes no es exactamente lo que ocurre en la vida real. Por mucho que nos empeñemos en que todos somos iguales sin ningún tipo de distinción, queda mucho camino por recorrer y, lo más preocupante, es que puede que no lo estemos recorriendo en la buena dirección.
En el pasado siglo asistimos horrorizados a dos grandes guerras que asolaron Europa y nos prometimos que eso no volvería a ocurrir. Los seres humanos tienen herramientas suficientes para solucionar sus discrepancias con el diálogo y los acuerdos. Estábamos convencidos de que ya no vivíamos en las cavernas ni en el medievo, épocas en las que todo se solucionaba a mandobles. Eso hemos pensado durante años, pero, por mucho que millones de personas quisieran creerlo, lo cierto es las pruebas nos demuestran que no hemos cambiado mucho y, si lo hemos hecho, ha sido para peor ya que ahora hemos conseguido que la destrucción del planeta con todos nosotros dentro esté al alcance de algún prepotente descerebrado con exceso de testosterona.
Finalizando el primer cuarto del deseado siglo XXI lo cierto es que tenemos el camino bien trazado, las mejores herramientas que nunca hubiéramos imaginado, los humanos más preparados y con más opciones para seguir avanzando, pero nos falta algo, ese algo que el hombre jamás ha conseguido alcanzar: sentido común y buena voluntad, los dos ingredientes imprescindibles para poder hacer un buen uso de todo lo demás, los que pueden marcar la diferencia entre el progreso y el caos. ¿Seremos capaces?
Julia de Castro Álvarez
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