Para los egipcios los dioses estaban presentes en todo: en el conocimiento, en la vida, en el organigrama social. . . y con más fuerza que cualquier otra cosa, en la muerte. El Heka que se empleaba para definir los poderes de magos y sacerdotes que trasmitían la voluntad de los dioses. Los griegos variaron este pensamiento y – sin renunciar a lo sagrado – impusieron el mito del logos, relevando a los dioses como causa de todo y aceptando la lógica de la realidad concreta.

Para nosotros, culturalmente herederos de la filosofía griega, la lógica es la ciencia que estudia las leyes del desarrollo de todas las cosas materiales, naturales y espirituales. Es decir, es el estudio de los problemas humanos hacia el conocimiento y las leyes que rigen sus orígenes. La fórmula para alcanzar la verdad y la objetividad.

En el reciente viaje a su país de origen, Alemania, las palabras de Benedicto XVI han levantado un gran número de ampollas. Por su actualidad, sus miedos y precisamente por sus paralelismos, las frases interpretadas como más disonantes han sido las referentes a otra de las religiones mayoritarias. “Se ha cometido un error”, dicen los encargados de disculparle y el propio Papa ha manifestado que está “extremadamente disgustado” porque su discurso hubiese podido ofender a alguien.

Los lamentos de unos y la indignación de otros han dejado en segundo término otras declaraciones papales que – a mi modo de ver – tienen mayor profundidad y mayor interés para nuestra complicada civilización.

“¿Qué hay del origen, la razón creadora, el espíritu que lo opera todo y provoca el desarrollo?”, se preguntaba Benedicto y añadía que la teoría de la evolución es irracional.

En una misa matinal que congregó a 230.000 fieles en la explanada Islinger el Papa manifestó que, “desde la Iluminismo, al menos una parte de la ciencia se empeña con tenacidad en buscar una explicación del mundo en la que Dios resulte superfluo. Así, sería algo inútil para nuestra vida”. “¿Qué hay del origen, la razón creadora, el espíritu que lo opera todo y provoca el desarrollo?”, se preguntaba Benedicto y añadía que la teoría de la evolución es irracional. De un salto Ratzinger regresaba a las teorías del saber egipcio. El Heka se imponía al Logos.

Sin embargo la razón nos dice – además de la ciencia – que Darwin plasmó una teoría mucho más lógica que el Eden, el Kaos griego, las batallas del Mahabarata, el horno de Manitú o el huevo de Dalí, todas ellas bellísimas historias que como dogmas de fe están muy bien, pero que no aguantan una mínima interpretación racional.

Con ello no trato de contradecir al Papa – ¡Dios me libre! – pero si sugiero que el Vaticano busque nuevos argumentos para apoyar las tesis benedictinas. Las calificaciones de ilógica, irracional o excluyente no son las más apropiadas. Estoy convencido de que – doctores tiene la Iglesia – se pueden encontrar sustantivos que clarifiquen la filosofía católica; búsquenlos, pero sin recurrir a los argumentos contrarios. No obstante, hay mucho de lo que dijo el Santo Padre en lo que estoy de acuerdo, sobre todo en su petición de diálogo entre la fe y la razón y así evitar el exceso de ambas. Los argumentos exagerados y las posiciones irreductibles convierten los diálogos en monólogos y las creencias en extremismos.

Para estar libre de pecado voy a contradecirme a mí mismo, declarándome un defensor de la teoría de Big- Bang y reconociendo, sin embargo, que todos los días me pregunto: ¿En qué espacio estaba este átomo de energía incalculable que sigue expandiéndose por la nada? Para responderme recurro a la lógica, que es capaz de separar lo divino de lo científico y de lo material. Toda una lección.