Cuando en el año 81 Ronald Reagan ocupó la Casa Blanca, se inició una carrera armamentística que tenía por objetivo superar definitivamente a su eterno rival, la URSS. Esta misión tenía dos patas claras, la inversión en armamento y la expansión de la economía para conseguir entre ambas desfondar el sistema soviético. Ocho años después, en el mismo año que dejaba la Presidencia, caía el muro de Berlín. Este hecho parece que vino a darle la razón en su apuesta, basada fundamentalmente en el liberalismo económico como pilar de su política. Nada de intervención sobre los mercados para que se expandan libremente. Fue el final del mundo bipolar, de la llamada guerra fría y del nacimiento del nuevo escenario global.

En el año 2001 otro republicano ocupaba la Casa Blanca, George Bush. No vamos a analizar su capacidad para ocupar un cargo de tal envergadura, pero sí recordar que continuó con las medidas ultra liberalizadoras en línea con las emprendidas por el anterior presidente republicano. Pero ni sus asesores de la FED, ni de la Reserva Federal, ni mucho menos él, tuvieron en cuenta que en el nuevo escenario global los Estados Unidos ya no tendrían capacidad de influir sobre unos mercados de dimensiones gigantescas, cuya patria no era otra que la bandera de los beneficios.

Por eso, cuando dejó el cargo en 2009, el gobierno Bush nos legó un nuevo e inédito enfrentamiento entre poderes: el del poder político frente al financiero.

Y en esas estamos en estos momentos, con las espadas en alto entre esos dos grandes poderes, representados por sus primeras figuras. Por un lado el poder político de occidente, verdadero nº 1 económico a nivel mundial, y por otro los mercados surgidos de la liberalización a ultranza del sistema bancario y financiero propiciada, durante casi dos décadas,  por la primera economía mundial. Y ambos se miran de reojo como ya ocurriera entre los dos modelos económicos de posguerra, pero en esta ocasión son dos contendientes totalmente asimétricos.

Por un lado el poder político occidental, arrinconado contra las cuerdas de la austeridad, o la emisión desbocada de moneda, por el pánico de caer en la necesidad de suplicar a su oponente, y por otro esos mercados gélidos que han convertido el mundo en su patio particular, transformando la economía tradicional que generaba riqueza y trabajo, en un simple elemento especulativo donde ganar gigantescas cantidades apostando contra países enteros y su quiebra, a la velocidad de la red.

En esta nueva Guerra Fría, los políticos ya no tienen el control de la situación, y a duras penas consiguen mantener el tipo recurriendo a medidas que previamente hayan sido ratificadas claramente como ortodoxas, porque no pueden aventurarse en soluciones imaginativas que pudieran provocar el default general. Y aquí es donde toca arrimar el hombro a los ciudadanos.

De nada servirá que orientalicen los políticos a toda la sociedad occidental y que rebajen las condiciones de vida de todas sus clases medias, a los mercados no les interesa la economía real. Reubicar el modelo del mercado financiero internacional en unos parámetros más racionales y útiles, es la única alternativa viable a esta situación.

Como en todos los inicios de siglo, en éste hay que conseguir también un avance para la sociedad humana, en éste caso frente al desafío que nos plantea reinventar el sistema económico para el futuro. Los movimientos tipo 15M u Ocuppy Wall Street, son el germen de los cambios que nos esperan, por eso hay que tomar partido y exponer como ciudadanos que clase de sociedad y de economía queremos, donde primen las condiciones del hombre sobre la de los mercados.