Esta propuesta política se resume en el deseo de vivir bien, con todo lo que esa expresión conlleva en términos de igualdad y seguridad para el planeta.

Los defensores del decrecimiento apuntan al doble problema que adolecen hoy las sociedades: «Nos estamos quedando sin planeta y aumentan las desigualdades sociales. El crecimiento económico en vez de ser una solución, se ha convertido en un problema«, resume el eurodiputado [Florent Marcellesi, Equo]. Como buen político, sabe que la primera batalla es la semántica: «El crecimiento es hoy un dogma, además totalmente inoperante frente a la doble crisis ecológica y social».

Si el planeta tiene recursos limitados, no se puede crecer hasta el infinito. Es una idea sencilla pero que reta al corazón del sistema capitalista en el que vivimos. Quizá por eso el Producto Interior Bruto (PIB) se mida en algunas páginas salmón como el único indicativo de progreso, mientras en la sección de sociedad de los mismos periódicos se alerta de que el planeta podría colapsar en 2030. Frente a esto, las recetas son múltiples.

Pensadores como el economista francés Serge Latouche o el politólogo español Carlos Taibo llevan décadas hablando de la necesidad de decrecimiento.  «Es simplemente recordar una evidencia ecologista de los años setenta: quien piensa que se puede crecer de forma infinita en un planeta finito es un loco o un economista», asegura el eurodiputado de Equo, Florent Marcellesi.

Esta propuesta política ha vuelto a los medios españoles gracias al estudio  Is Green Growth Possible? (¿Es posible el crecimiento verde?), publicado en la revista New Political Economy. Sus autores ponen en cuestión las políticas verdes y hablan ya del decrecimiento como pilar para un cambio de modelo. Pero esta teoría tiene mucha solera. Se debate desde los 70, con más o menos éxito, en los círculos especializados. Basa su raíz intelectual en la idea de que, con unos recursos limitados, no se puede crecer de manera ilimitada.

Luis González, portavoz de Ecologistas en Acción, coincide en atacar la utopía capitalista de que se puede crecer infinitamente. Para él el decrecimiento es ya inevitable y la elección solo está en que llegue aumentando las desigualdades o aprovechando las oportunidades de redistribución que brinda: «El decrecimiento justo tiene dos patas. Reducir el consumo material y energético de las poblaciones y avanzar en niveles de mayor justicia social. Esto que hace décadas se desarrolló como propuesta política ahora va a llegar sí o sí, porque ya estamos chocando contra los límites ambientales».

La propuesta del decrecimiento empezó a cobrar fuerza en los 80 y 90, cuando el neoliberalismo comenzó  a campar a sus anchas, tal y como explica José Ramón Moreno, profesor en la Facultad de Economía y Empresa de Universidad de Zaragoza: «En estas décadas se empieza a percibir que los conceptos de desarrollo del capitalismo no están dando los resultados esperados en continentes como Latinoamérica o África. También se empiezan a escuchar los primeros discursos ecologistas en países como Francia, que hablan de la incompatibilidad de la vida y el modelo capitalista, que prometía leche y miel para todos». En cualquier caso, el profesor es tajante: «El capitalismo no es verde».

Otra forma de medir el desarrollo

La promesa capitalista funcionó con mayor vigor en la «edad de oro» de este sistema, cuando el desarrollo económico tras la Segunda Guerra Mundial permitió a las familias vivir mejor e instalarse en la clase media. Tras la crisis de 2008, los españoles han visto como los cuatro últimos años de aumento del PIB no se ha traducido en un empleo de mayor calidad o en poder comprar una vivienda más amplia para su familia.

Aún así, el «crecimiento económico» no ha perdido su buen nombre. Ante los intentos de convertir el ecologismo en «capitalismo verde», los expertos avisan: si no hay freno en el consumo voraz de los países desarrollados, no habrá sostenibilidad, lo que no significa que disminuya la calidad de vida, sino que se la dé más espacio en las estadísticas: «Cuando se habla de decrecimiento también hablamos de mejorar la vida, las relaciones sociales, la calidad del trabajo o la felicidad».

En los titulares aún sigue equiparándose «desarrollo económico» con el crecimiento materializado en el Producto Interior Bruto (PIB). El expresidente francés Nicolás Zarkozy, poco sospechoso de ser un izquierdista, apuntó en 2008 a la necesidad de «refundar» las bases éticas del capitalismo y constituyó un grupo de expertos, entre los que estaba el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, para identificar datos que permitieran medir mejor que el PIB la calidad de vida de los ciudadanos.

Las fuentes consultadas apuestan por cambiar el concepto y ampliar el foco, citando, por ejemplo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que manejan 17 metas entre las que también destacan el «trabajo decente», la calidad de la educación o la acción por el clima.

La propuesta del decrecimiento es una idea de máximos, pero se expresa en pequeñas acciones que se han visto en ciudades como Madrid o Barcelona y que apuntan en la buena dirección, en opinión del ecologista González. La crisis no ha barrido el nuevo impulso de las cooperativas de trabajo, de vivienda o de compra colectivas de energía.

Green New Deal: ¿la receta definitiva?

La creciente preocupación social por el cambio climático, fruto de la urgencia medioambiental y el tesón de los activistas han hecho que este año el debate estalle en España. Lo que se traduce en movilizaciones como los Fridays for Future o las acciones del colectivo Extinction Rebellion en las calles madrileñas. «Quizá ellos no hablen del decrecimiento como leitmotiv, pero sí expresan que el decrecimiento es inevitable», explica el portavoz de Ecologistas en acción.

Con ayuda del marketing, el capitalismo tiende a asimilar cualquier movimiento social y servírselo al ciudadano como un elemento más de consumo. Por eso, a la vez que los ecologistas celebran la repercusión mediática de sus reivindicaciones alertan de las trampas. Una fruta traída de otro continente y envuelta en plástico nunca puede ser tildada de «ecológica», ni la producción de Zara será ética por mucho que anuncie que un 10% de sus prendas se hacen con tejidos sostenibles.

Sin embargo, la actualidad política sí ofrece discusiones interesantes. La celebérrima senadoraAlexandria Ocasio-Cortez y su Green New Deal han hecho correr ríos de tinta, algunos de ellos, cristalizados en el libro ‘Decrecimiento vs Green New Deal’, de la editorial Traficantes de Sueños. «El Green New Deal tiene una fortaleza. Reconoce que los temas ambientales han dejado de ser secundarios y adyacentes y plantea cómo nos organizamos a nivel económico», explica el portavoz de Ecologistas en Acción. Sin embargo, en algunos de sus planteamientos cae en la misma trampa, al aspirar a desarrollar las industrias verdes y eléctricas para seguir creciendo y sin plantear medidas radicales en el consumo.

El profesor Moreno también comparte la idea de que la propuesta de la senadora estadounidense supone «lavado de cara» al no afrontar algunos problemas fundamentales: «Si el problema fundamental es el capitalismo, ¿cuál es la solución?«.

El europarlamentario es más pragmático en la valoración de la propuesta: «Ante la emergencia climática y las desigualdades sociales, toda nuestra máquina económica tiene que orientarse hacia reorientar las actividades económicas y los empleos hacia la economía verde, baja en carbono, que respete los límites del planeta y que sea útil socialmente«, explica. No tener la pata social conlleva mayor conflictividad social.

Sara Montero.cuarto poder