Los «verdaderos amos» del mundo están plasmando el modelo de individuo que necesitan para así ellos poder funcionar.
Nos encontramos en un mundo polarizado entre un Norte rico y consumista y un Sur empobrecido y con dificultades de acceso a los recursos más básicos.
Un espectacular desarrollo de los medios de comunicación de masas está transformando al planeta en una «aldea global» conmovida por la «explosión informativa», cuya estrategia es la ocultación de la realidad propia de la actividad comunicativa, una actividad controlada y manipulada por las grandes corporaciones y cuyo objetivo es la manipulación consciente disfrazada con la bondadosa elocuencia.
Los «verdaderos amos» del mundo están plasmando el modelo de individuo que necesitan para así ellos poder funcionar.
Se incitan flujos migratorios consumidos por el abatimiento y desesperanza, se planean y programan guerras, se provocan enfermedades físicas mientras que las mentales aumentan vertiginosamente, se nos seduce con alimentos envenenados cuyo paliativo es un nuevo marketing del producto natural. Y yo me pregunto: ¿cómo puede ser un alimento natural cuya tierra está regada por una lluvia contaminada?
Busqué ese río que un día en mi niñez llegue a conocer junto a una hermosa arboleda, y sí, encontré unos pocos árboles cuyas secas raíces desnudas se asomaban bajo la tierra suplicando ayuda, árboles mutilados y otros desamparados cuya tristeza se veía reflejada en sus hojas, hojas grises teñidas por los gases de los coches de la autopista cercana. ¿Qué había sucedido? No había juncos, ni piedras, ni ranas, ni se oía el ronco fragor de sus aguas.
En pocos años se había convertido en una charca que desprendía un olor nauseabundo. Sus aguas iban acompañadas de un arco iris triste y apagado, una variedad de colores casi opacos entre verdes y morados, y los pocos peces que se habían resistido queriendo sobrevivir flotaban finalmente muertos, asfixiados en la orilla donde el cieno formaba una tierra pegajosa y resbaladiza, compartiéndola con cientos de insectos que volaban cortejando la muerte que entre la basura se acumulaba.
El mundo está cambiando y Don Dinero y Don Poder son los valores de este siglo y aunque la memoria incansable se resiste manteniendo viva en nuestra retina lo que una vez fue esa otra sociedad, quizás dejemos de recordar esas maravillosas sensaciones que un día percibieron nuestros sentidos si no hacemos algo para evitarlo.
Benjamín Franklin dijo hace muchos años que una onza de prevención vale tanto como una libra de curación. Prevengamos, aunque a decir verdad en este siglo de la manipulación y de valores alterados, la prevención en cualquiera de sus ámbitos es pura utopía.
La textura del cielo por la noche, el color del sol en el día, la intensidad del rocío al amanecer todo ello podemos perderlo si no dejamos a un lado el egoísmo, la preocupación de la apariencia y el inconformismo persistente a todo lo que nos rodea cerrando los ojos ante la belleza de lo más sencillo “la naturaleza”. Sintamos el presente, acariciémosle y querámosle porque mañana no sabemos si amaneceremos a su lado.
«Nada perdura» Ni siquiera los pensamientos.
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