El trío de la bencina fue una comedia musical cinematográfica alemana de los años 30. En el horizonte de aquel Berlín de los nacientes años treinta, el más feroz nazismo se preparaba para arrasar gran parte de Europa. Tanto, que las aventuras de los tres jóvenes con ganas de vivir y de soñar, fueron censuradas por el mismísimo doctor Goebbels y prohibida su exhibición. Por aquel entonces el nazismo nacía con piel de cordero prometiendo salvar a un país de la miseria. Luego se demostró lo que en realidad escondían.

Hoy tenemos en España un nuevo trío de la bencina, jóvenes alegres que nos prometen un mundo mejor y, por supuesto, mucho más controlado. Para un observador poco atento, parece que se pelean, que se rechazan, pero que saben que se necesitan y que juntos, todos ellos, representan al capital, el control a los ciudadanos, los empleos basuras, la sanidad privatizada, los rezos en el Valle de los Caídos con la momia presente, la opresión a la mujer, la homofobia, la xenofobia, a los colegios de pago, las adjudicaciones a las grandes constructoras ¡Ay lo del OHL! y tantas otras. Visten trajes caros, pantalones camperos, casullas y puñetas. Son los defensores de lo añejo, de la reacción, de la mano dura, los enemigos del derecho de expresión. Representan – y por eso les votan – a los sometidos al gran capital, a los que creen tener un status social por encima de sus vecinos, al lumpen, a los cortos de miras, a los que añoran la dictadura, a los liberales de pacotilla, a los neofascistas, a los descastados, a los mamporreros del poder y a los jóvenes aburridos. Y eso en nuestro país es mucha gente.

Pero ese respaldo social, dirigido por los de siempre, se reparte ahora entre tres partidos, sólo les separan pequeños detalles, pero sus héroes son los mismos. En público y para el público hablaran de la Merkel, de Donald Trump, incluso de Putin, pero en su corazoncito o en su mesita de noche guardan la imagen de Hitler, la de Franco o la de José Antonio Primo de Rivera. Son sus ídolos privados y en este caso, transferibles.

Les engañaran jurándoles que son distintos entre sí, que no pactaran si en el gobierno de tal o cual Comunidad o de este y aquel ayuntamiento están los de la brillantina en el pelo y el yugo y las flechas en el pecho. Les dirán que hay mucha distancia entre el partido conservador de siempre, el que surge liberal, o el nuevo reaccionario y carca.

No les crean, son los mismos: El trío de la bencina.

Al final trincaran con todo lo que puedan – me refiero a cargos públicos – y se taparan la nariz porque dicen no soportar el olor del otro, pero tomarán la vara de alcalde, la presidencia de un Parlamento o la de la Comunidad, sin escrúpulos. Y sus votantes les aplaudirán sin excepciones, porque de lo que se trata es de no perder comba. Lo celebraran de vinitos con las comisiones de los sobornos o buscando nueva novia. Al contrario que sus antecesores, aquellos que dejaron tantos muertos en las cunetas, su grito de ahora es: ¡Viva la vida!, ¡Ay, si su caudillo y Milán Astray se levantaran de la tumba! Tal vez por eso no quieren que lo exhumen.