Hacer negocios es un signo de crecimiento, por eso todo se vuelve mercancía incluso el agua, el aire, el tiempo, el conocimiento y la vida misma. Si logras vender algo has aportado al crecimiento y eres un ejemplo de modernidad.

Entre las exigencias que impone la modernidad están cuando menos estudiar en universidades, usar la tecnología, comprar en los supermercados y tener tarjeta de banco; cosas que otorgan la credencial de pertenencia a este mundo. Así es que como todos estos factores de modernidad no llegan al campo fácilmente, estamos obligados a migrar a las ciudades, por lo cual el gran fenómeno de la segunda mitad del siglo 20 ha sido el rellenado de las urbes, dejando a las áreas rurales con el 30% de la población concentrada mayormente entre ancianos, mujeres y niños.

Ser modernos entre otras cosas es comprar la comida, no producirla y también comprar pedazos de paisajes, de naturaleza y de cultura. Comprándolo todo, aportamos al crecimiento, aunque no crezcamos nosotros mismos, sino aquel lado de la humanidad que vende la idea de modernidad como el único factor que posibilita la vida.

Mientras tanto, esas mujeres, ancianos y niños están en el campo produciendo alimentos, flores, plantas medicinales, artesanías y bailando sus danzas, sobre una base rudimentaria que les posibilita la vida, pero que los ubica en las estadísticas como pobres porque no son modernos, pero al mismo tiempo han sido siempre ellos los proveedores vitales de la ciudad.

Como sucede en todas partes, la provisión de alimentos se realiza en condiciones desproporcionadas, sin precio justo, con costos de producción y comercialización muy altos, no calculados y asumidos por los productores que terminan subvencionando a la ciudad, quien a su vez cree que está creciendo.

En medio de estas reflexiones se están desarrollando proyectos y experiencias de muy pequeña escala que tienen el objetivo de volcar la mirada de la ciudad hacia el campo para descongelar las relaciones materiales y mercantiles y rehumanizar los intercambios interdimensionales, empezando por los alimentos que poseen la facultad de atraer el razonamiento hacia los orígenes de la economía profunda.

Una de esas experiencias es la Plataforma Agrobolsas Surtidas de La Paz, que está configurando mecanismos para reestablecer las relaciones campo ciudad bajo una consigna titulada “Por una alimentación digna”, a través de una alianza estratégica entre productores primarios, es decir familias agricultoras y transformadores urbanos, es decir quienes hacen gastronomía, repostería, mermeladas, harinas y una variedad de alimentos a nivel artesanal. Su estrategia transversal es utilizar desde la ciudad las redes virtuales como el WhatsApp para crear mercaditos virtuales de relación directa entre productores y consumidores, donde se promocionan ferias, preventas, viajes de agroturismo atendidos por los mismos agricultores y talleres de huertos urbanos donde los campesinos y campesinas se vuelven profesores y difunden el conocimiento ancestral.

Esta experiencia de acercamiento entre ambos actores sociales, está produciendo un tipo de gestión alimentaria integral en un nivel de intercambio económico más solidario, directo, local y sensible que le otorga otro tipo de valoración a los alimentos donde se incorporan las relaciones con la naturaleza más reales y menos acumuladoras, más horizontales y menos agresivas con un eje transversal mejor orientado a la complementación que a la competencia, lo cual abre dos perspectivas: la primera es el equilibrio económico que desconcentra el crecimiento en un lado en desmedro del otro y la segunda es la reconfiguración del concepto de pobreza y riqueza.

 

 

Este artículo es un resumen de la intervención de la autora en laPrimera Conferencia Norte Sur Descrecimiento”

Notas sobre la acepción de términos en el título: Provisión alimentaria no mercantil* como factor del descrecimiento**

* En realidad sería no mercantilista.

* El Descrecimiento planteado por Miguel Valencia, Coordinador de la “Primera Conferencia Norte Sur Descrecimiento” (que se llevó a cabo en Ciudad de México en septiembre 2018, en el Palacio de Medicina de la UNAM) es una palabra fuerte para referenciarnos a la necesidad de cambiar la economía o someternos al inevitable colapso. Es descrecimiento y no decrecimiento, para trascender del concepto meramente económico hacia todas las facetas de la vida humana, políticas, sociales, culturales, que, a decir de Joan Martínez Alier, ya conforma una corriente de pensamiento y acción denominada descrecentismo y los ungidos nos llamaríamos los descrecentistas.