Hace unas fechas se “celebró” el “Día mundial contra la violencia de género”. La propia ONU ha pedido a los gobiernos de todo el mundo que intensifiquen la protección a las mujeres.

La lacra del maltrato no respeta ni geografías, ni clases sociales, ni filosofías. Está presente en todos los meridianos, en los países desarrollados y subdesarrollados; imbuido en todas las creencias religiosas, aunque sea sutilmente, pero ante todo y por desgracia está en los genes.

Paradójicamente, muchos de los sacerdotes de los distintos dogmas, acostumbran a llevar faldas y adornos inequívocamente femeninos. Al respecto tengo mi propia teoría, intuyo que los credos universales todavía celan – tal vez sin sospecharlo y desde luego sin admitirlo -, de aquella involución que supuso el destierro de las diosas prehistóricas para llenar el firmamento de dioses masculinos y de sometimiento del otro género porque lo percibíamos más capaz.

Por fortuna la sociedad ha evolucionado lo suficiente para que podamos empezar a corregir errores. Pero si vamos a regresar al génesis, si estamos en disposición de volver a empezar y admitir la igualdad de inteligencia, de derechos y obligaciones de ambos sexos, tenemos, los varones – y también muchas mujeres -, que hacer un considerable esfuerzo de comprensión. Y el primer paso es tomar conciencia en contra de la violencia sexista.

No hay día que no nos despertemos – y extiendo la afirmación a todos los lugares donde existe libertad de información -, con la noticia de una nueva muerte, un nuevo maltrato, una nueva vejación. No voy a dar cifras ¿para qué?, a los concienciados nos parecen demasiadas y los faltos de gnosis prefieren otro tipo de noticias más amables. . . menos comprometidas.

No voy a extenderme en los casos de “una muerte anunciada”, el cretino salvaje que tiene atemorizado a todo el mundo, el de las broncas continuas, el que “se veía venir”. Voy a referirme a los otros, a los sutiles, al de la inesperada noticia.

La lacra del maltrato no respeta ni geografías, ni clases sociales, ni filosofías. Está presente en todos los meridianos, en los países desarrollados y subdesarrollados

Cuando una de esas funestas crónicas surge, los entrevistados –amigos y vecinos – comentan la “bondad”, la “educación” y la “normalidad” del maltratador. ¿Quién lo iba a pensar? Él, ¡tan humano!, siempre con los “buenos días” en los labios, siempre con el chiste simpático; siempre con el comentario del último desastre de la selección futbolera o con el piropo para la jovencita del cuarto. ¿Les suena? Hay otros adjetivos: callado, educado, no se metía con nadie, trataba muy bien a los niños. . .

En estos casos la percepción puede jugarnos malas pasadas. El tipo puede ser nuestro compañero de trabajo, el amigo de la infancia, el hermano o nuestro propio hijo. No podemos o no nos atrevemos a ver en su mirada – perceptiblemente indiferente y torva -, el odio, el desprecio, la envidia o los celos acumulados por la mujer que amaron. No, no se trata de la violencia física, esa es tangible, material, visible. Se trata de los comentarios agrios, los gestos ingratos, la mueca animal al hablar de ella; ¡la indiferencia!, la falta de valoración de sus logros, la mordaz crítica en público: distorsionada, desleal e innoble; se trata de la ausencia del beso sincero y del diálogo, se trata de la búsqueda del desahogo sexual sin sentimientos; a eso me refiero. A la sutil violencia.

Sé que no es fácil establecer la delgada línea que separa la “normalidad” de la violencia cotidiana – hay que poseer casi poderes extrasensoriales para advertirlo si uno no está metido directamente en la refriega -; sin embargo, hay una forma más sencilla de detectarlo: escúchenla. Ejerzan de cómplices, de amigos, de padres o de hermanos; no se conviertan en “el abogado del diablo”, las consecuencias pueden ser nefastas.

No se pongan de parte del maltratador, sólo por que les cae bien o se desbeban en su misma postura. Desenmascaren la sutileza de su pecado, llamen a las cosas por su nombre y recuerden que no hay depresiones sin depredador.

Mi llamamiento no va dirigido tan solo a los individuos, también a las administraciones. Formalmente se están poniendo todos los medios para acabar con el maltrato: hogares de acogida, policías especiales, agentes sociales, apoyos legales; pero en la práctica, la cosa es bastante distinta. Cumplido el trámite político-social, los contenidos – si bien han avanzado – dejan, todavía, bastante que desear; sobre todo, en los casos de sutileza manifiesta.

Todo es tan tenue, y los maltratadotes tan agudos e ingeniosos en esconder su maldad, que se hace necesario que todos realicemos un ejercicio de comprensión y sensibilidad para con las víctimas

Les voy a poner un ejemplo: en un municipio de la provincia de Tarragona, donde gobiernan izquierdas y derechas en pacto de gobierno – esto sí que es sutileza – , con alcaldesa al frente, vocacionalmente en comunión con los intereses de la mujer, existe una oficina de apoyo a las mujeres maltratadas que tienen a su disposición un par de letradas que, en su día, el partido nacionalista que hoy está en la oposición “colocó” para la defensa de las ciudadanas en apuros.

Las funcionarias en cuestión, mantuvieron su puesto con el nuevo gobierno municipal surgido de las urnas y de los pactos. Su trabajo social –remunerado – lo compaginan con la defensa de cuantos varones las contraten en casos de separación matrimonial. Utilizando todos los recursos legales posibles a su alcance y la aparición , si conviene, de algún perito amiguete de dudosa titulación. Desgraciadamente, nada nuevo bajo el sol.

Sin embargo, las teóricas defensoras de las maltratadas van más allá, parece ser que se han aprovechado de las denuncias y argumentos de alguna de las mujeres que han requerido la ayuda de la oficina municipal, para luego pasar a ser, indirectamente – mediante despachos y asociadas -, defensoras legales de la otra parte; es decir, del esposo. La cuestión está denunciada a la alcaldesa y al Sindic de Greuges, la primera asegura que se ha abierto expediente a las letradas; sin embargo, es bastante alarmante que no hayan sido preventivamente apartadas de la oficina comunal hasta que se aclaren los extremos. Y utilizo expresamente el adjetivo extremo, porque en estas cosas de violencia de genero, la eficacia institucional está, en la praxis, poco desarrollada. Y mientras tanto, se aprovechan de la situación los de siempre, sean mujeres u hombres, en eso sí hemos alcanzado la igualdad.

Y es que todo es tan tenue, y los maltratadotes tan agudos e ingeniosos en esconder su maldad, que se hace necesario que todos realicemos un ejercicio de comprensión y sensibilidad para con las víctimas. Para los verdugos, nada de sutilezas, hay que mandarles al destierro y al ostracismo: ¡a su propio infierno!