Parlotean los políticos sobre sus querencias; se enriquecen las multinacionales deforestando y explotando sin mesura; se frotan la manos las farmacéuticas a costa del dolor humano; se fabrica con obsolescencia programada y se carcajean los poderosos de los efectos del cambio climático, porque les importa un rábano un futuro en el que ya no estarán presentes.
La huella del hombre es tan profunda como la pisada del caballo de Atila. Solo hay una cosa que supera a nuestro propio desatino: la hipocresía. Todo es por el crecimiento, para el consumo y en pos de una sociedad más rica y desarrollada. Sin embargo, no todo el crecimiento y el desarrollo son positivos, sobre todo cuando solo favorecen a una parte de los habitantes de este planeta y tan solo benefician a unos pocos, pero con consecuencias que nos joden a todos.
Algunos seguirán defendiendo la tesis de que los cambios son naturales, que siempre ha habido incendios, variaciones estacionales, elevaciones de temperatura, glaciaciones y desertización y que la madre naturaleza ha sabido equilibrar esos extremos. Tal vez sea cierto, pero para ello han tenido que pasar años, décadas, siglos y milenios. Ahora todo es tan acelerado como un tobogán hacia el desastre. Y el culpable de esta aceleración es el hombre. Unos pocos, y de ambos sexos, que en su codicia nos están dejando sin solar de vida. Solo son unos cuantos, unos miles, unos mierdas que nos van a dejar sin casa global, pero que tienen la paella del dinero por el mango, la complicidad de los indiferentes, el apoyo de los tontos y la colaboración interesada de muchos políticos.
Abramos los ojos y la mente ante lo evidente. Los libros, la mentes y los paraguas solo sirven si se abren; sobre todo los paraguas, porque cuando todo arde llega luego el diluvio. Cuando todo esté perdido solo quedarán las huellas del hombre en la Tierra. Y los nuevos pobladores del planeta azul, resistentes a temperaturas de 60 grados sobre y bajo cero, pensarán o rumiarán cómo pudo existir una especie tan inteligente y a la vez tan necia. Nunca imaginaran que tan solo fueron unos cuantos, consentidos por muchos a quienes se les atascó la mente… y el paraguas.
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