Hasta ahora, se trataba de un reprobable modelo turístico que hacía del lugar el destino para la borrachera y la depravación más absoluta del turismo juvenil europeo, principalmente el británico, pero todo esto ha dado un giro al conocerse la implicación de la Policía Local en una trama de corrupción y extorsión generada al calor de este mercado.
Las últimas imágenes vistas en televisión son indignantes. Agentes de Policía inspeccionan un local de ocio nocturno mientras uno de ellos oculta un paquete en un rincón. Minutos después, las fuerzas que deberían velar por el orden y la justicia regresan con perros antidroga para realizar una nueva inspección del local, en esta ocasión mucho más rigurosa. Curiosamente, el cánido apenas tarda en encontrar un pequeño bulto con sustancias estupefacientes en el rincón donde había estado el primer agente.
Esta jugada, más propia de repúblicas bananeras y películas sobre la mafia, resulta especialmente vergonzante en un Estado que se pretende de Derecho, moderno y europeo. Desde que la prensa británica se hizo eco de los desmanes que sus jóvenes cometían en Magaluf, con felaciones a cambio de alcohol incluidas, de debajo de la alfombra ha ido saliendo más suciedad y más porquería, hasta el punto de que las autoridades locales hubieron de replantearse el modelo turístico de la zona y anunciaron el cierre de aquellos locales más impúdicos.
Lo curioso ha venido después, cuando los propios hosteleros denunciaron la arbitrariedad de los cierres y un presunto trato de favor a determinados locales a cambio de sobornos, así como coacciones a los que no aceptaran la extorsión. El último vídeo hecho público viene a demostrar estas acusaciones y supone un escándalo inasumible para Mallorca, Baleares y España.
Hasta ahora, el debate era si queríamos transformar el turismo español en eso, pero todo ha cambiado. Con varios agentes en prisión, incluido el jefe de Policía Local, este nuevo caso de corrupción y delincuencia institucional que transciende lo político supone un capítulo más en la degradación moral de un país que necesita como el comer un cambio profundo para dejar de ser la fosa séptica de Europa y dejar de consentir el choriceo institucionalizado como el sello más bochornoso y visible de la extenuada Marca España.
Es hora de acabar con la herencia del duque de Lerma, que tiempo hemos tenido.
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