La última novela que he escrito termina con un curioso e inesperado pensamiento de la Cábala que propone que no es cierto que Dios expulsó al hombre del paraíso. Fue al contrario: El hombre expulsó a Dios, porque en realidad el paraíso es toda la tierra.

Hagamos un esfuerzo por remontarnos y ganar perspectiva. Miremos alrededor, pero con los ojos de la memoria. Observemos el entorno, pero más allá de los umbrales de nuestra atmósfera. 

Con lo primero conseguiremos un vislumbre del frondoso bosque universal que debió poblar en su momento toda la tierra emergida, el manantial milagroso de vida bajo los océanos transparentes,  el bullir de las especies animales por doquier y el incomprensible y generoso derroche de vida que fue la tierra.

Con lo segundo, podremos reparar en la realidad de que más allá de nuestro planeta no hay más que desolación vacía y helada. La Tierra no es (o fue) sólo un paraíso. Es un milagro. 

Creo que el pensamiento cabalístico es acertado. Cuando el  Génesis cuenta que Dios puso en la Tierra  un jardín al que llamó Edén, como diferenciando ese espacio tan especial  del resto del mundo, haríamos bien en entender que en realidad Dios decidió crear un jardín de vida en medio de esa desolación silenciosa, estéril y mineral de los inmensos espacios vacíos del universo,  y después decidió regalar ese jardín al hombre para que fuera feliz en él.

Y lo que sucedió después fue que el hombre comenzó un trabajo constante de destrucción del jardín. Arrasó los bosques, corrompió los océanos, exterminó a un buen número de especies animales y entonces comenzó la auténtica tarea de expulsar a Dios del paraíso.

Pero eso no ocurrió ni de forma automática ni por las buenas. El proceso destructor no comenzó hasta el llamado nivel natufiense de Jericó, en un 8000 a JC. Fue en ese momento y en ese lugar cuando comenzó el neolitico y con él el fin del jardín. Había que talar los bosques para hacer barcos con los que explorar el mar, pero también para ganar nuevos espacios de cultivo. Después vinieron los pesticidas y los PCBs. Vino Monsanto para destruir la selva amazónica e instalar en su lugar enormes plantaciones de soja transgénica.  Vino una desolación que empieza  ya a recordar la de los espacios inútilmente vacíos del negro universo. Vino una fealdad que duele a los ojos.

Después de muchas lecturas de antropología cultural llegué a la conclusión de que él hombre primitivo sentía un inmenso respeto por la naturaleza, pero me refiero al hombre humilde que no había sabido (o quien sabe si querido) salir de la pobre  economía recolectora del paleolítico. Los ejemplos serían inacabables. Uno de ellos, tomado al azar de mi memoria, evoca a un pueblo que vive o más bien vivía de comerciar con la corteza de ciertos árboles tropicales. Cuando se ponían a descortezar alguno, se dirigían a él como si pudiera escucharlos para pedirle disculpas y asegurarle “no te dejaré desnudo”, porque una parte de la corteza se quedaría en su lugar.

Por eso cuando dirigí mi serie documental de TV Crónicas de la tierra encantada, utilicé como un mantra la frase “para el primitivo todo es sagrado, más para nosotros todo es profano”.

¿Pero de verdad todo esto tiene que ver con Dios?

Hace poco una chica árabe  que está en Túnez y desde luego es musulmana, me preguntaba  por qué en en Europa y Norteamérica  todo se reduce a sexo y poder. Le contesté que en esos sitios todo valor moral ha sido desplazado por el ansia de placer y cuanto más rápido y fácil mejor, y toda consideración hacia la divinidad se ha disipado en favor de otras que se creen más interesantes como el dinero, el poder y los placeres. Le dije que la sociedad occidental está totalmente corrompida y arruinada.

Los muy ricos buscan un tanto desesperados nuevas formas de placer y por eso se hinchan de cocaina hasta no poder más, se entregan gustosos a  la pederastia o pagan sumas astronómicas por ver películas donde se viola y después se asesina a niños o jóvenes.  Y lo malo que tiene eso (que ya es bastante malo en sí) es que las capas inferiores de la sociedad tienen una tendencia tan irresistible como inconsciente a imitar la conducta de las superiores (Leed el extraordinario ensayo de Arthur Hocart Sobre el snobismo social) y a esos sujetos, por grotesco que pueda parecer, el pueblo los toma como modelos.

¿Eso no es expulsar a Dios?

Yo creo que sí. El hombre, inconsciente de su pequeñez, de pronto tiene muchos humos y se ha vuelto arrogante. Ha destruido el paraíso y después su propia alma.

Pues bien, las últimas noticias son que ese mismo homo sapiens que ha aniquilado  el milagro y ha trasformado el jardín en basura, está pensando seriamente en fundar una colonia en un pedrusco inhóspito llamado Marte. Unos cuantos panolis de nacimiento, por increíble que parezca, ya se han apuntado y yo creo que ni los que organizan la aventura ni los voluntarios han leído El señor de las moscas. En tal caso habrían podido aprender que el ser humano (que a vista de las circunstancias debe acarrear algún defecto de fabricación) tiene el insufrible defecto de reproducir las mismas estructuras de dominación, extraordinariamente susceptibles de transformarse en tiranía, allá a dónde vaya. 

Estos bobos sin remedio por lo visto creen que la solución de la humanidad en un planeta agonizante es emigrar a otro y no tengo la menor idea de qué diablos les hace pensar que a los colonos les va a ir mejor en un pedrusco estéril  sin  atmósfera respirable y sin vida que en el paraíso a medio destruir que dejaran atrás.

Estos necios no quieren entender que el problema no es la degradación del planeta Tierra, sino el hombre mismo.

No quieren entender que el hombre es una plaga que lleva dentro de si la semilla de la destrucción y destruirá cualquier paisaje o cualquier planeta a donde vaya. 

Hace ya muchos años, cuando estábamos en la Universidad, mi compañera Carmen Galindo dijo con un instinto muy agudo que si el hombre no existiera, la Tierra sería un paraíso. Es obvio que tenía razón.

Ya sabéis lo que suele decirse cuando una situación o la actitud de una persona resulta abstrusa o irracional. Por alguna razón se dice que eso es marciano. 

Eso es lo que pienso de la colonia en Marte: Es un proyecto marciano, y nunca mejor dicho.