Una de corrida (para que lo entienda la afición), con la plaza hasta la bandera. La mitad de la plaza con tendidos de sol y sombra en la otra media plaza. En realidad, muchas veces estamos entre sol y sombra, arrimándonos al sol que más calienta o buscando la sombra que mejor nos cobije.

Podemos ser toro, torero, o elegir entre los múltiples personajes de este espectáculo (alguacil, mulillero, subalterno, picador, arenero, mozo de espadas, banderillero, monosabio, presidente…), aunque la mayoría formamos parte del ´respetable’ público, no siempre tan respetable y somos manada y cuadrilla sin luces, de forma alterna o incluso simultáneamente.

Vamos a ponernos en el lugar del toro con visión de torero, o quizás del torero desde otra posición.

Existe una casta de toreros, que acostumbran a ver la vida desde la barrera, tienen un enorme relance, pero una estocada corta y saben que no les vamos a dar la alternativa porque a nosotros no nos torea nadie.

Para poder lidiar a estos bovinos de dos patas, todo el ganado tendrá que echar un capote, no entrar al trapo ante sus desplantes y hacerles frente en corto y por derecho, porque si hacemos otra espantá y seguimos escurriendo el bulto, pincharemos en hueso y seguiremos recibiendo puyas y banderillas.

Hay que coger a los toreros por los cuernos, no entrar a engaño, darles el quiebro y crecerse en el castigo para que no nos den la estocada y nos pongan la puntilla, porque si nos cortamos la coleta antes de la faena, ellos salen por la puerta grande con los triunfos en la mano.  

Con estos cabestros, hay que estar al quite, porque se han puesto al mundo por montera, están en capilla y confesados, dispuestos a darnos el paseíllo, porque la vacada estamos como quieren, de capa caída y sin capacidad de hacerles un plante, aunque tengamos buen trapío, vergüenza torera y más valor que el Guerra, para llegar a la suerte suprema y rematar la faena con éxito.

Aquí no valen mansos aficionados, ni espontáneos, porque enseguida son perseguidos y devueltos a corrales.  Debemos ser bravos toros de lidia para dar buenos pases y en la suerte de varas superar el lance y hacer que se lleven a tanto matador de encierro.

Ellos se creen los primeros espadas, son diestros, pero van de farol y nosotros somos miuras, así que hay que arrimarse y embestir sin miedo. Tenemos suficiente empaque para desarmarles y provocar un cambio de tercio. Cada torero tiene su lidia y sabemos bregar con estos sementales.  

Nos hemos atado los machos y afilado los pitones. Ahora hay que asomarse al balcón antes que el banderillero y armar el taco. Es el momento de evitar el descabello y terminar con esta charlotada. Puedes quedarte observando la faena en el callejón, resguardarte en el burladero, pasar desapercibido entre la multitud de los tendidos, volver a toriles hasta otra tienta con garrocha o saltar al ruedo del coso y arremeter contra las artimañas de la muleta. Tal vez te aplaudan y seas indultado por tu bravura, o tal vez recibas una cornada o un puntazo y te arrastren las mulas. Tal vez, estalle la plaza, o el matador hunda su espada en tu cuerpo y la sangre tiña de rojo la arena del albero, pero así es la tauromaquia.        

El riesgo forma parte de la vida, de la lucha y de la lidia.

La suerte aún no está echada.

Brindis: ¡Va por ustedes! ¡Libertad, dignidad, igualdad y derechos!

El 26 de mayo votamos por salvar nuestra plaza, proteger nuestras orejas y conservar nuestros rabos.

¡Música maestro!