Las piernas de Ilya quedaron totalmente destrozadas. Las de David y Artyom, acribilladas por la metralla. De inmediato, sus compañeros los subieron como pudieron a un vehículo y los trasladaron al hospital de maternidad convertido en un pabellón médico.

Serhii, el padre de Ilya, estaba aterrado. Pero cuando llegaron al hospital, Ilya estaba muerto.

Mientras los paramédicos lo bajaban del vehículo, Serhii no paraba de llorar. La imagen fue captada por Evgeniy Maloletka, fotógrafo de la agencia Associated Press.

Usted, yo mismo, como la mayoría de todos nosotros, tenemos hijos. Un regalo de Dios, con alma de ternura, que reviste el equipaje que necesitamos para navegar por la vida y sortear, mal que bien, sus trampas y desasosiegos. Quien, de nosotros, no ha escondido un aliento vital, revestido de incontrolada emoción, al ver crecer, sonreír, cruzar la mirada de, quizá, la única obra verdadera que hayamos construido en vida. Devolver la imagen al espejo y soñar que él llegará a ser todo cuando nos fue negado, tal vez por nuestra torpeza de hombre. Volcar la esperanza en un ser que mejorará las virtudes que fuimos abandonando en el trayecto de nuestra madurez inmadura.

Un hijo, con el que pedir perdón y dar gracias por la esperanza presente en un cuerpo y alma, que nos vivifica.

Ahora, en una sala, con pared alicatada y suelo de terrazo, sobre una oxidada camilla verde, oculto por una degastada y ensangrentada sábana, bien parece que mantel, el cuerpo inerme y descompuesto de un adolescente que mira al techo., inexpresivo, doliente y en silencio. Una mirada a las estrellas de un firmamento explosionado por los obuses de los invasores.

“Mi hijito, mi hijito”, balbucea entre lágrimas su padre trastornado por el dolor de lo que ya no duele por su espanto infinito. Yo quisiera consolar a ese hombre caído en el abandono, estrecharlo en un abrazo cómplice, recoger sus lágrimas y devolverle una mirada de amor entre los hombres civilizados.

Emilio Hidalgo Guirado