Desde ese Amor que brindan las plantas, los árboles y las flores desde la humildad, los sonidos de su aparente silencio, sin estridencias, regalando color, aromas, sombra, cobijo, comida, bebida y sanación por el gran regocijo de sólo dar, sin distinción de raza, religión o estatus social… me gusta pensar que la Humanidad, algún día, aprenderá de nuestra Madre Tierra y sus frutos, volviéndose  hacia su interior más profundo y puro, redescubriendo que ella debe, y puede, hacer lo mismo.

Porque la humanidad está hecha para y por Amor, ese con mayúsculas, ese que trasciende fronteras y se extiende por el Universo, sea cual sea nuestro credo, así ninguno tengamos y digamos somos ateos, el espíritu de esta época -que ojalá dijera presente todos los días- está en nosotros y si no es así contagia, incluso a aquellos a los que dicen no les agrada o en los que hasta genera tristeza.

Permítaseme desde este espacio, subjetivamente, ejemplificar en dos flores mis sueños de unión: la “Flor de Pascua” y el Jazmín del Cabo o Gardenia.

La que se conoce como “Flor de Pascua”, “Flor de Papagayo”  o “Estrella Federal” es originaria de México, de la Sierra de Taxco Guerrero. Su nombre azteca es cuetlaxochitl, que significa “flor que se marchita” y para los aborígenes simbolizaba la pureza de la sangre sacrificada al astro rey para renovar su fuerza creadora, que haría que el Universo entero siguiera su marcha.

En el siglo XVI, frailes franciscanos que se encontraban evangelizando a la población ya la utilizaban como adorno floral durante las fiestas navideñas y así consta en relatos escritos en esa época.

El nombre científico con en cual se conoce esta bella flor es el de “poinsettia”,  en honor a Roberts Poinsett, cónsul, médico y gran apasionado botánico estadounidense que en el siglo XIX la transportó a su país y de allí la hizo conocer al resto del mundo.

Los conquistadores la bautizaron como “Nochebuena” o “Flor de Navidad” porque florece en diciembre, durante el invierno en el Hemisferio Norte.

Aunque les parezca extraño, no conocía el significado de esta flor ni su asociación con la celebración de la fiesta navideña hasta que llegué a Santa Cruz de Tenerife, Canarias, España…

Nací, crecí y me crié en la República Oriental del Uruguay,  y no concebía (aún me cuesta) una Navidad sin aroma a jazmines, ni los del país ni –mucho menos- el indescriptiblemente bello del jazmín del Cabo, también llamado gardenia.

En esa parte del Hemisferio Sur, el Río de la Plata, en pleno, soleado y veraniego diciembre los jazmines están pletóricos de flores, henchidos de perfume, visten de blanco los días y festejan las noches, siendo indefectiblemente un símbolo más de la Navidad.

La gardenia jasminoide es un arbusto de hoja perenne y flor blanca procedente de Asia oriental y debe su nombre al botánico Alexander Garden (1730-1791), quien introdujo esta planta en Europa en 1763, y aunque existen también otras variedades localizadas en  África tropical, como la gardenia thumbergia, la primera es la más apreciada por su aroma y belleza. Se la conoce por el nombre de Jazmín del Cabo debido a la gran cantidad de este arbusto presente en el Cabo de Buena Esperanza, Sudáfrica.

La leyenda (versión libre de otra mexicana sobre la “Flor de Pascua”)

“En la Nochebuena era costumbre que los fieles llevaran regalos a el Niño Jesús durante la Misa del Gallo. Dos pequeños hermanitos estaban muy afligidos buscando qué ofrecerle al recién nacido. Eran muy pobres y apenas había para comer en la casa.

Buscaron y buscaron sin suerte, hasta que la pena por no encontrar nada material que dar al Niño se convirtió en lágrimas de impotencia y dolor, purísimas, desde su corazón. De cualquier manera se fueron acercando entre sollozos a la capilla donde se encontraba el pesebre y, casi habiendo llegado, una viejecita les preguntó qué les ocurría.

Al saberlo sólo sonrió y dijo a los pequeños que no se preocuparan, que a ese Niño no le importaba el tamaño y el valor del regalo, sino que fuera dado con mucho Amor, y les sugirió que recogieran unas ramas de un arbusto que había muy cerca de ellos.  Así lo hicieron, entrando tímidamente a la iglesia, colocándolas llenos de ternura alrededor del pesebre.

Las ramas cambiaron de color y se convirtieron en brillantes estrellas de color rojo y verde, y en una especie de rosas blancas sin espinas con un exquisito aroma. Todos sonrieron, la iglesia se iluminó y, al salir, vieron que esas mismas flores estaban vistiendo las calles, los matorrales, las montañas…

Su humilde presente se había convertido en el más resplandeciente de todos; la Flor de Pascua y el Jazmín del Cabo fueron así las flores del renacer, de la Navidad”.

Este es mi regalo para estas fechas, para todo el que lo desee recibir: dos flores, tres colores significativos: el verde representa inmortalidad y esperanza desde tiempos remotos, fertilidad y regeneración; el rojo, algo semejante, aunque éste hace referencia a la renovación de la vida, a merced del renacimiento del Sol durante el solsticio; el blanco nos habla de paz, pureza, armonía…

Los mejores regalos están en nosotros.

TOD@S tenemos algo que dar y TOD@S necesitamos algo que recibir… aquí, allá y acullá.

El Amor, el dar desde el corazón lo que podamos; aceptar lo que se nos brinda con humildad… todo ello con alegría, convierte la vida en un  milagro que merece la pena ser.

Soñar es gratis y dicen que, cuando soñamos despiertos, esos sueños se vuelven realidad.

Así sea.