Y puede que sean opiniones acertadas, desde luego, pero no podemos ceder antes de tiempo frente a la presión anímica, porque no se trata de que estemos hablando siempre de malas noticias, sino de encontrar nuevos caminos.

Los grandes problemas generan siempre reacciones emocionales que los psicólogos tienen bien estudiadas, y que van pasando por distintas fases que son del todo normales. Ante la aparición de una situación realmente conflictiva, la primera reacción es de sorpresa y  perplejidad, como sin querer asumir lo que tenemos delante. Posteriormente le sigue otra en la que las personas se encuentran desorientadas y en las que se producen reacciones descoordinadas y alteradas, porque no se tiene claro cual es el problema y cuales sus soluciones, y en esa fase es en la que debemos estar ahora mismo en España. Multitud de medianas y pequeñas manifestaciones repitiéndose con frecuencia, aunque sin apenas coordinación; solicitudes en la red de firmas para todo tipo de dimisiones y modificaciones; constantes noticias en los medios sobre nuevos casos de corrupción y crisis, etc., forman el desconcertante panorama al que a día de hoy tenemos que enfrentarnos.

Pero siguiendo con la guía de las fases de todo problema, nos quedan las dos más interesantes a nivel intelectual: la de tomar conocimiento y consciencia del origen y características del problema, y la de elaborar propuestas para su solución. Cierto es que al tratarse de un problema colectivo, las cosas no son nada fáciles, ya que no pueden articularse soluciones particulares, pero vayamos por partes. Primero tomar consciencia del problema.

No queremos que piensen que empezamos a hablar de filosofía parda e irnos por las ramas, les pedimos una mínima paciencia para arrancar con la explicación.

La estructura de sociedad que conocemos ha estado articulada básicamente entorno a teorías políticas elaboradas durante décadas sobre cómo enfocar la sociedad, y cuyas dos principales apuestas eran el sistema de mercado occidental y el comunista de la órbita de la Unión Soviética, pugnando entre ambas por conseguir que el nivel de vida de sus ciudadanos fuera el mejor. Sin embargo ese esquema se derrumbó junto con el famoso muro de Berlín. A partir de ese momento, la política quedó huérfana de contenido porque sus propuestas históricas ya no respondían al nuevo panorama surgido, es decir, a lo que hemos llamado la Globalización.

Esta ausencia de liderazgo político de la sociedad ha sido ocupado por un nuevo poder al alza, el de los famosos mercados financieros que han encontrado que la suma de Globalización y vacío político, es el mejor escenario posible para desarrollar sus actividades expansivas y acumuladoras. Y nos están cambiando silenciosamente nuestra forma de vida y de sociedad, desplazando a su antojo inversiones, beneficios, mano de obra, e incluso Gobiernos.

Vamos a poner un ejemplo de ello. En los años ochenta, antes justo de la caída del muro de Berlín, en España las rentas que obtenían los entonces nueve millones de trabajadores suponían el 53% de las generadas a nivel nacional. Treinta años después, en 2011, dieciséis millones de trabajadores apenas consiguen alcanzar el 46% de las mismas. ¿Explicación?: los mercados están forzando el traspaso de las rentas del trabajo hacia los beneficios de los grandes fondos, porque apuestan a que la economía real se va a deslocalizar de los países desarrollados hacia los emergentes, cuyos costes aseguran un mayor retorno de la inversión, lo que genera una tendencia imparable en ese flujo de inversión real y especulativa. Y tampoco se incrementarán de forma apreciable las rentas del trabajo en esos países, porque si lo hicieran se deslocalizarían nuevamente.

Y no nos engañemos, ni los países emergentes consolidarán estados con buenas estructuras sociales, ni los puestos de trabajo que se destruyen en occidente se volverán a recuperar, salvo con apaños mediocres al estilo de los minijobs alemanes, que producirán una generación de trabajadores con rentas mínimas, que a la larga harán más insostenible el mantenimiento de las estructuras sociales, porque las rentas del trabajo y empresas que se encargaban del mantenimiento de las mismas, se habrán trasladado hacia la economía especulativa.

Si tenemos esto claro, entonces seremos conscientes de que no estamos ante unos políticos concretos que son ineficaces para luchar contra el desempleo, sino que estamos enfrentando este inicio de siglo como ya hicieron nuestros bisabuelos en el inicio del XX, y antes los suyos en el del XIX, con un cambio social de calado al que hay que dar respuestas nuevas.

Y cómo ya lograron hacer ellos, nosotros también conseguiremos encontrar el mejor camino para encauzar los grandes problemas que vivimos, y daremos con la clave de la nueva forma política con la que debemos regir la sociedad y desde luego la economía.

No nos cabe duda, por eso no nos importa hablar lo que haga falta sobre lo que ocurre y sobre nuevas ideas al respecto, porque cuando mayoritariamente sintamos que hemos encontrado alguna, podremos dar el paso siguiente: poner en práctica una solución.