Dicen que, contemplar una hoguera en la víspera de San Juan, nos permite quemar todas nuestra sombras interiores y ahuyentar a los malos espíritus. Tal vez sea así o tal vez solo se trate de una tradición. Sin embargo, creer en su magia depende de nosotros mismos. Acercarse a una fogata sanjuanera y pedir que todos nuestros miedos se consuman con el fuego purificador, puede parecer simplemente un acto lúdico o un deseo de fuerza interior y de proyección de futuro. Es una forma de empezar de nuevo, libres de iras, odios y de culpas, que quedaran entre las  cenizas catárticas de las brasas.

Me dirán ustedes, pacientes lectores, que mejor sería que en la falla se quemaran todas las cosas que nos han causado los males. Pero siento decirles que las facturas, las hipotecas, las cartas de despido, la papeleta del voto equivocado, las notificaciones del juzgado, las notas de fin de curso de los hijos, los avisos de hacienda, las multas de tráfico, la fotografía del amante de nuestra amada o el resultado de un análisis, no dependen de nuestro fuego, pero sí de cómo lo llevemos. Incluso en medio de las sombras, el sol sale todos los días y no solamente durante el cambio de solsticio.

La noche mágica que yo les propongo puede ser el 23 de junio, a mediados del mes que viene o este lunes 30 en que se acaba el mes de la diosa Juno y empieza el mes de Julio César, mucho más terrenal. Cualquier noche es buena si hemos desterrado los temores. Mejorará nuestro estado de salud y el próximo análisis será perfecto; nuestros hijos se harán políticos y se forraran, sin necesidad de estudiar; un banco hipotecario estatal nos dará una tregua en los pagos, después de haber metido en la cárcel a los insaciables banqueros y una medida gubernamental permitirá la creación de empleo. Y, por supuesto, al amante de nuestra amada, se le secaran los testículos como  uvas pasas. Solo tenemos que desearlo con convicción y ser consecuentes con nuestros actos porque no solo el fuego quema, también lo hacen las pasiones equivocadas, los fiscales corruptos y, sobre todo, la falta de fe en nosotros mismos.