Estamos de acuerdo en que una actuación irregular puede darse en cualquier actividad humana y en cualquier parte del mundo, pero cuando este tipo de conducta se concentra en un contexto de precariedad, adquiere una dimensión tan incontrolable, que no queda más remedio que asumirla como uno más de los muchos problemas diarios a los que enfrentarse.
Al ser una cuestión de oportunidad, es cierto que en los países desarrollados este asunto de la corrupción alcanza valores absolutos más elevados, pero dado el hecho de la mayor estructuración social que poseen y a que públicamente sea percibida como una practica totalmente condenable, se dotan medidas para su detección y persecución, de tal manera que cuando periódicamente una practica irregular alcanza dimensiones preocupantes –inadmisibles son todas- se arbitran soluciones para su eliminación en un constante proceso en el que su opinión pública, exige que ningún actor social o económico acabe por padecer de forma endémica este tipo de practicas.
Paralelamente, los debates económicos sobre problemas globales, acaban señalando de forma recurrente hacia la corrupción estructural, como uno de los factores que más dificultan el acceso al desarrollo de los países menos favorecidos. Anualmente, multitud de programas internacionales de cooperación canalizan importantes cantidades de dinero hacia los países subdesarrollados, en un intento por conseguir acabar con los graves desequilibrios que estos soportan. A su vez, organizaciones no gubernamentales de diversos países se abren paso dificultosamente entre los vericuetos locales, hasta conseguir paliar en parte las necesidades más dramáticas y urgentes que padecen sus habitantes.
Pero sistemáticamente, todos estos medios y recursos dispuestos se enfrentan a unos elevados índices de desestructuración estatal y corrupción, entre los que acaban por desorientarse hasta perder una parte demasiado importante por el camino, en un ciclo continuo que se cierra nuevamente en la posición de partida.
Una situación ciertamente complicada.
Los debates económicos sobre problemas globales, acaban señalando de forma recurrente hacia la corrupción estructural, como uno de los factores que más dificultan el acceso al desarrollo de los países menos favorecidos
Para hacernos una idea más aproximada del asunto, pensemos en el prototipo de país al que nos estamos refiriendo, y lo podremos situar por ejemplo, en el
África subsahariana.
Socialmente no tiene asimilada la cultura democrática, porque es una experiencia que jamás se ha dado en su historia, de tal manera que la composición del gobierno está basada en los miembros y familiares de un grupo que alcanzó el poder mediante el uso de las armas, despreocupados en consecuencia por los derechos humanos y cuya preparación para gestionar las misiones asumidas es realmente escasa.
Este poder amparado en la fuerza, es un elemento que facilita la adopción de conductas corruptas ante la imposibilidad de cualquier tipo de réplica.
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El rudimentario sistema judicial se ampara en leyes que, dictadas a su conveniencia por el poder ejecutivo, son aplicadas con parcialidad. Desconocidas en su ámbito y significado por los ciudadanos, se administran entre moscas, algún ventilador destartalado y la incomprensión y temor del acusado respecto a lo que le está ocurriendo y a lo que le puede pasar.
En estas condiciones, el lenguaje del dinero adquiere un valor probatorio de primer orden.
Por su parte, los cuerpos de seguridad están dirigidos por personajes cuyos méritos han consistido en su dureza y confianza probada y que, mientras lucen grotescos entorchados, permiten a sus subordinados actitudes degradantes con la población. Desde sobornos rutinarios, hasta abusos físicos y sexuales.
La sanidad es otro paradigma de la desastrosa situación que viven estos países. Carentes de los recursos más básicos, tienen que limitarse a esperar que la ayuda internacional sea capaz de mitigar las enfermedades que diezman a sus habitantes, enfrentados además con epidemias que persisten y se extienden con el tiempo.
Un panorama que provoca la sustracción de medicamentos por todo tipo de grupos con medios de coacción suficientes, con la finalidad de desviarlos hacia el mercado negro. Aquél en el que también se comercia con la vida.
Es un mal crónico que no les permite despegar y que les obliga a continuar entre miseria. Que les condena a ser países de abusos, hambre y hojalata
La educación sigue considerándose como una actividad marginal, dedicada si acaso a la población de menor edad. Con unos recursos prácticamente inexistentes, se limita a impartir conocimientos básicos que apenas consiguen el aprendizaje de la lectura y la escritura, convirtiendo así a sus nuevas generaciones en ciudadanos con mínima cultura y conocimientos, incapaces de comprender lo que ocurre más allá de su entorno próximo y mucho menos en el mundo.
Sin ninguna preparación para acceder al sistema productivo y carentes de capacidad de crítica, son el caldo de cultivo más apropiado para perpetuar modelos corruptos de gobierno.
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Y en medio de este maremagno de despropósitos, el escaso sistema productivo existente -que apenas alcanza a producir una pequeña parte de las necesidades del país- se ve igualmente impregnado por estas formas de actuación y, amparándose en el modelo secular de reparto de tareas en la unidad familiar, adopta conductas perversas.
Jornadas laborales interminables bajo condiciones de seguridad y salubridad mínima, empleo de mujeres en actividades de dureza incompatible, salarios que nunca llegan a alcanzar la condición de justos y sobre todo, empleo vergonzoso de niños como mano de obra sumisa y barata.
Creo que ya podemos hacernos una idea aproximada de cómo debe resultar la vida en un sitio así, donde miles de padres tienen que soportar como sus hijos van cayendo frente al hambre y las enfermedades. Donde la falta de respeto hacia la dignidad humana espera detrás de cualquier esquina. Donde los derechos sociales son considerados como una especie de lujo, más adecuados para otros países, y donde el Estado mantiene una actitud de prepotencia y corrupción que hace estériles los esfuerzos para lograr su desarrollo.
Es un mal crónico que no les permite despegar y que les obliga a continuar entre miseria. Que les condena a ser países de abusos, hambre y hojalata.
No tendrán ningún futuro estos países, mientras no posean una estructura estatal y administrativa mínimamente estable y eficiente
Si desde nuestra vida llena de prisas y trabajo, creemos que merece la pena un esfuerzo para crear y aplicar medidas que eviten tanto drama a los habitantes de amplias zonas del planeta, si de verdad lo creemos, lo primero que hay que hacer es empezar por el principio.
Y para ello es necesario, antes que nada, dotar a estos países de una estructura estatal y administrativa básica, que permita la existencia de condiciones sociales, jurídicas y económicas estables, de manera que las ayudas y esfuerzos internacionales sean administrados y gestionados de una forma eficiente y sostenible.
Organismos como el Banco Mundial -que actualmente ya destina una parte importante de sus recursos para la ayuda al desarrollo- si concentra sus iniciativas, tiene la capacidad suficiente para ser un agente importante en este sentido.
Analizando qué países conforman las zonas más deprimidas y comprando su deuda externa para regular el esfuerzo al que se les somete, puede dar el primer paso hacia una manera distinta de fomentar el desarrollo.
Una forma que esté basada en la promoción de acuerdos a medio plazo, en los que a cambio de garantizar una transición pragmática de los cargos y un flujo estable de ayudas, se asuma de forma inequívoca por parte de estos gobiernos, el respeto a los derechos humanos y la presencia de asesores especializados en la gestión de las distintas áreas de la administración del estado. El trabajo sobre el terreno de estos últimos, sentará las bases para dotarlos de una estructura administrativa estable y operativa, como paso previo al desarrollo.
No tendrán ningún futuro estos países, mientras no posean una estructura estatal y administrativa mínimamente estable y eficiente, que garantice como primer pasouna seguridad jurídica a ciudadanos e inversiones.
Si pensamos que no hay derecho a que millones de personas pierdan cada año sus vidas, incapaces ya de soportar tanta calamidad, si de verdad lo pensamos, debemos poner los medios para empezar a solucionarlo desde el principio.