Al menos desde la proclamación de Reino de España, allá a mediados del XIX. Antes, tras el “tanto monta, monta tanto”, la conquista de América y el imperialismo de los Habsburgo, los Austrias aceptaron denominarlo la Monarquía Hispánica, liderando la testa del león dominador en las tierras donde nunca se ponía el sol. Éramos los putos amos, el real de a ocho acuñado con plata del Potosí, era la divisa más poderosa, aún más que el dólar de hoy. Nuestras picas excedían de Flandes y hacían valer a sangre y fuego a los indios en nuestras encomiendas, mal que le pesara a Bartolomé de la Casas y compungiera a nuestra Isabel La Católica, tocaya de la Ayuso. Eso fue antes. Ahora pinta bastos.

Una especie de marca de Caín, nos hunde en el analfabetismo como súbditos primeros, ciudadanos después. Desde Rocroi, nos decapitaron los tercios y descendimos al infierno de la segunda división; a luchar por emerger como cabeza de ratón hasta alcanzar la cola del león. Seguimos rodando hacia abajo, perdimos las colonias en batallas encabezadas por líderes criollos, educados y mantenidos por nosotros, libertadores a los que prestamos la espada con la que cercenar nuestro orgullo metropolitano. A pesar de la reconcentración de Weyler, de banqueros codiciosos y obispos purpurados en  carmesí desteñido.

Suspendimos el curso de colonos y, a la inversa, los ingleses, en su condición de corsarios de tal jaez, nos arrebataron Gibraltar, y allí siguen, mandando, disponiendo y gobernando, humillando nuestra piel de toro, autores de piratería oteando el estrecho.

Ahora, 310 años después de Utrecht, se les ha muerto la reina Isabel II, llamada como nuestra castiza, pero con la pompa y enjundia de la Commonwealth, que solo tuvo ocasión de visitar España en una ocasión, hace 34 años.

Cubrir la noticia, ya de por si importante, ha sido una apoteosis de todos nuestros canales de televisión, sobremanera la pública, con sus principales presentadores a golpes de pecho, informando in situ en los informativos, tertulias y programas del corazón que se precie. Bien parece, un único canal y una única noticia. No se recuerda una efeméride tan documentada, desde los reyes católicos. A mayor abundamiento, la inefable Isabel Ayuso, ordenó 3 días de luto y las banderas de Madrid, España, y la UE, rindiendo tributo a media asta, mal que pese a ser una atribución única del Gobierno Central. Nuestro presidente Moreno, para no ser menos obsequioso, un día y más bandera inclinada.

Nos ha faltado, rendir pleitesía asistiendo en Gibraltar a una misa funeral. ¿Dónde quedan, la dignidad, la compostura y el respeto a una circunstancia histórica que sangra por la cicatriz de un pedazo de nuestra nación secuestrada? Un magnífico catálogo obsceno de papanatismo y de servidumbre ante el poderoso.

Descanse en paz, la reina Isabel de Windsor.

Autor Emilio Hidalgo