1.
La primera tiene que ver con la aparición –más o menos explícita/implícita–, del modo más bien usual de la pregunta filosófica por el “¿qué es… (algo)?”. En este caso, sin duda, por un “¿qué es el placer?”
La segunda tiene que ver con la relación entre escritura (o pensamiento) y goce/alegría/placer/disfrute/(otra palabra para ello)… Es decir, cuando la escritura –por supuesto, al modo filosófico–, piensa o escribe del placer, o cuando la escritura consiste en algo gozoso/alegre/placentero/disfrutado/…, y realiza un filosofar.
En el primer caso, la escritura/el pensar puede resultar muy “interesante”, muy “preciso o iluminador”, pero, a la corta o la larga, aburrida, frustrante o triste,… La conocida diferencia entre “hablar acerca de (placer)”, y “hablar con placer del placer”. En lo segundo hay, lo que se ha usado llamar, eficacia performativa; en lo primero, pues, discurso o razón o conceptos -–talvez muy efectivos pero azarosamente placenteros.
Además, en lo segundo, para mis experiencias, la escritura ocurre en el placer –gozosa/alegre/(otra palabra para ello)… , si le ocurre, a la palabra filosófica, algo como la poesía. Este poetizar de las palabras operaría en el placer y la alegría –-y, probablemente, lo filosóficamente resultante pudiera llamarse “experiencia de éxtasis”. O “transporte” de filosofar…
Sería –si insistimos en usar una palabra del “ser”–, algo de lo placentero/alegre/gozoso/…, mismo (como podríamos mostrar, entre los discursos del “ser”, con la palabra “ser” de uso “sustantivo”, y los discursos de la “mismidad” (pues: ¿qué dice eso de “lo mismo”), hay correspondencias. Veremos…
2. Pensemos, un poco, de esa pregunta del “¿qué es…?”, y el placer. Y digo: un poco, no por la retórica de cierta humildad, sino porque me temo que pensar “mucho” del “qué es” nos conduce, en algún momento, a salir del placer/alegría/etc.
Es decir, nos deja algo indiferentes, o decididamente aburridos, estresados o tristes -–algo contenidos, distantes, objetivadores, controladores, (indolentes incluso)–, respecto de la palabra misma: placer-alegría-gozo.
El “qué es” pregunta por el ser de algo. O por la esencia de algo. Se pueden hacer (o se han hecho) libros enteros de estas dos afirmaciones (el ser, la esencia, la queditas),, así que dejémoslas ahí.
Quedemos con esto: que hay algo (“ahí”), y que queremos conocer su “es”, su “ser”, lo que la hace “ser lo que es” (y esto resulta, a veces, hasta obvio, de “sentido común”, que “cada cosa es algo”. ¿Lo notan? Poniéndonos muy filósofos amenazamos muy pronto de parecer lateros, densos, fomes,… O ponernos a jugar…, a entrar a un cierto “juego (que resulta más bien una tortura) de palabras”.
Mejor esto: queremos saber “qué es el placer”. Sin necesidad mucha de saber qué implica preguntar “qué es”, simplemente entremos en el juego… O sea, pensemos lo que viene.
3. Pues es Valentina Bulo quien parece entrar en ese juego. Ella, tal vez no completamente explícita, sí quiere saber de este “qué es el placer”. Porque, dice, quiere pensarlo –¿lo notamos? Pensar equivale, allí, casi a “decir el ser de algo”. Por eso necesita un “objeto de pensamiento” que corresponda a la palabra “placer”.
Pero entonces se produce, a mi juicio, un problema, digamos, “fundamental”. Este “qué es” pareciera que siempre debe traer eso que pasa/sucede hasta una cierta definición (al juego algo torturante de ciertas palabras). Para saber de qué estamos hablando, parece siempre necesario comenzar por definir, explícita o implícitamente, el “tema”, la “cosa” en cuestión.
Pero este “qué es” abstrae –y en el sentido doble con que nos deleita Gadamer en “Verdad & método”. Abstrae porque saca/agarra/separa algo del continuo donde se nos da. Pero también Gadamer ha enseñado que abstraer es, al parecer, una necesidad, una especie de “ley” del pensar (humano) mismo: pensar es abstraer en el sentido de poner un singular respecto de un general –en nuestra pertenencia ancestral al platonismo de universales y particulares, de idea y hecho (la diferencia entre el sentido de “vaca” y “esta vaca allì pastando en la parcela de don Nicasio”,
En otra, todos precisos estos bichos de cuatro patas (donde cada “pata” es ya un algo de sentido o significación universal) son, y los conozco, decimos, como “gatos”. Y en “gato” está mi gata singular en cuanto perteneciente a una categoría de los “gatos” y lo “gatuno”…Pero la Rayi “es esta gata” –participa de la idea universal de lo “gatuno”, repetimos platonizando.
El punto de Gadamer es que, al menos en las lenguas habladas desde los griegos del logos, no podemos hablar de mi gata sin referir el universal “gat@”.
La primera manera de lo abstracto (que en este caso quizá será necesario llamar también: la fea, la desagradable), parece una operación que separa y des-conoce (que, para conocer, opera un deshacimiento). Para reconocer en este “algo” una vaca o una gata, necesitamos borrar lo completamente único de cada una, de este –como se usa decir–, este “aquí & ahora”.
O que para conocer separa, aleja, des-hace, genera la escisión de sujeto/objeto, la de quien pregunta y la cosa preguntada.
La segunda pareciera una abstracción que inmediatamente une (la cosa una con “su” universal), sin violentar eso singular permite encontrarlo en un universal. Pero la fórmula “aquí & ahora” esconde un universalismo abstracto: aquel que usa las categorías de “espacio/aquí” y “tiempo/ahora”. ¿Por qué puedo afirmar esto? Porque las categorías de “espacio y tiempo” –tan caras a las ciencias y a un Kant–, no existen en muchos modos de pensamiento que llamamos “del mythos”. Es decir, “eso” es dicho, por ejemplo, como “divinidades” y/o “espíritus”. No hay “tiempo” (aunque a nosotros nos resulte imposible), sino hay dioses y diosas a quienes, por ejemplo, les “suceden asuntos”. Esos “sucesos” hacen lo que nosotros, occidentales modernos, llamamos “tiempo” (pasado, presente, futuro). Pero lo temporal “es hecho”, no “se piensa”.
4. Hay en eso que nos convoca en la palabra “placer” algo que pareciera no se quiere dejar tomar/abstraer/definir, no solo fácilmente sino, digamos, originariamente.
Valentina Bulo pareciera saberlo, por eso busca darnos elementos, de alguna manera categoriales, para dar al placer contenidos temáticos. Que el placer “es esto”, y “no es eso”. Que el placer, por ejemplo, es algo político (goce y dominación); o que el placer es algo en cierta temporalidad (“fugaz”, “inestable”); y así…
O que el placer no es (precisa o exactamente) el disfrute; que no es la alegría, que no es el goce; porque ella, V. Bulo, es capaz de ofrecernos otras categorías aparentemente más elocuentes para hacer diferencias…
El problema, a mi juicio (o: a mi gusto, si seguimos, más bien, a un Baltasar Gracián, siglo XVII Aragón), reside en que este modo del “qué es” pareciera tener que sustraer algo, que ocurre intuitivamente como “placentero”, del flujo o la continuidad donde ocurre. Donde ocurre, digamos, en la confusión de esa palabra: lo llamamos, “de modo general o provisional”, placentero (“sentimos placer”, “estamos en el placer”), y ahora queremos conceptualizarlo. Lo que en alemán también equivale a “agarrarlo” (Begriff).
Y disculpen esa simple observación: un algo “placentero” retenido, siempre ya ha dejado parte de su goce. Parece conveniente “pensar el placer sintiendo muy placenteramente”. Ello nos instala, derechamente, en ese dualismo tan moderno (un poco atroz) de “sentir o pensar” –-y en medio de esa semisolución que ha sido planteada en la palabra “sentipensar”…
(Y dejamos a la pensadora chilena Valentina Bulo aquí, pues una columna de esta medio no acepta tantas palabras)…
Publicado inicialmente en elquintopoder.cl
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