Saltar en el silencio, sentir que estás ahí,

esperando desvestir este cansado traje de soledad.

Lejos aún de tu boca,

doy pasos cortos hacia unas palabras nunca pronunciadas,

caen yacentes sobre duras costras de sal,

en el desierto de mi alma, dónde nunca te tuve.

 

De noche,

cuando la tarde languidece,

suenan como trozos de porcelana rota

sin tu afanado oído atento a ellas.

Siento que cuanto más me adentro en este laberinto

más me conozco a mí misma, para consagrarme a ti.

 

En este paraíso no hay tiempo,

ni edad, ni lugar de residencia.

Pronto las sílfides me llevarán a tu realidad

¡oh amado mío!.

A veces, con mi ausencia,

se te hiela un pedazo de luna entre las manos,

no temas, pues no me hallo en tus bosques umbríos,

mi mano cálida se acerca

y te trae el fuego del sol en las caricias.

Miles de estrellas verán mi luz en la noche

y durante el día, el crujir de la arena te anunciará mis pasos.

 

El viento de tu nostalgia,

gritará herido mirando al cielo

y sentiré tu tormenta interior al inquirir tus ojos.

Exploraremos la garganta escondida,

y todo lo pronunciado

se hará al fin plural para nosotros.

 

Poema de María josé Muñoz en memoria de su fallecido amor.