No existe ninguna otra ocupación laboral en la que un absentismo tan elevado no tenga repercusiones en la nómina o en el mantenimiento del propio puesto, pero parece que el “trabajo” de político, además de no requerir de formación específica mínima, consiste en acceder a un clan elitista y cerrado en el cual, una vez dentro, hay que esforzarse fundamentalmente por conservar la silla que te permita mantener unos estupendos ingresos mensuales, además de toda una colección de prebendas, cuando no acceso a ingresos no aclarados.

Y todo eso con la que está cayendo en la actualidad. Si algo distancia a los políticos de los ciudadanos a los que representan y deben su puesto, es precisamente el alejamiento de los problemas de la calle que padecen. La política en sí misma es todo un mundo en el que pelear cada día por mantenerse y progresar, ocupando esa tarea un tiempo importante que se le resta a las que deberían ser tareas propias del cargo.

Además, la frecuente tendencia a caer en casos de corrupción que genera el acceso a un poder para el que no se está preparado (otorguemos la falta de premeditación…), provoca la indignación y el rechazo hacia la clase política. Ver como se saldan los juicios sin que recaiga ningún castigo aparente sobre los casos de corrupción, sirve de desánimo a la sociedad que los padece y genera falta de confianza en las instituciones que la representan.

Se habla mucho últimamente de la necesidad de reformar el sistema económico que genera tantos desequilibrios, pero puede que esté llegando también el momento de empezar a hablar de que hacen estos señores a los que votamos periódicamente. Los movimientos de indignados que han surgido por numerosos países, son la primera muestra de ese sentimiento.

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