Cristina Cifuentes excediéndose en las  atribuciones que le son propias ha cometido tres pecados, uno por exceso, otro por defecto y un tercero por falta de compañerismo.

El primero de ellos fue el de prohibir las manifestaciones y concentraciones solicitadas a la delegación que preside, aduciendo que dichas expresiones supondrían un riesgo incompatible con el dispositivo de seguridad preparado para el evento.

Debería saber la delegada que si unos quieren demostrar su satisfacción por la proclamación de marras, otros muchos tienen el  mismo derecho a señalar su disconformidad, eso sí pacíficamente. Dar por supuesto que estos peticionarios eran un peligro para el acto es prejuzgar con maledicencia o necedad. Proponer alternativas o marcar itinerarios paralelos podía haber sido lo más sensato, pero prohibir me parece contrario a la libertad de expresión contemplada en nuestra Constitución y en la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Está claro que la Cifuentes se excedió.

Sin embargo, cuando de protecciones ciudadanas se trata, la delegada peca por defecto. Al parecer, en Madrid solo tienen derecho a manifestar su opinión los vecinos que ella diga, es decir, aquellos que se sienten súbditos del Borbón. Cualquier otro que pretenda lo contrario debe ser interrogado, advertido e incluso detenido.  Y cuando en un programa de televisión se le afea por su actuación, se excusa argumentado de que España es un Estado democrático. ¿Democrático solo para algunos? o únicamente para los monárquicos. Precisamente en este mismo programa  le mostraron a Cifuentes imágenes más que demostrativas de lo que digo: una joven a la que no se le permitía visitar a su hermana por llevar un chapa con los colores de la República; una madre y su hijo rodeados y acosados por la policía por llevar una bandera republicana; o varias personas agredidas  y  detenidas por mostrar símbolos tricolores. Si eso es democracia que se lo cuenten a los detenidos y a los que recibieron la orden fiera de acosar a sus conciudadanos.

El caso más flagrante de utilización de las fuerzas de seguridad para evitar la libertad de expresión, fue el mandato de la delegación para hacer retirar de los balcones del itinerario algunas banderas no monárquicas. Y aquí llega el tercer pecado y el más aberrante que cometió  la delegada: tratar de dejar con el culo al aire a las fuerzas de seguridad. En tres ocasiones negó haber ordenado a los agentes ir a domicilios particulares y pedir la retirada de enseñas republicanas. ¿Ustedes creen que, un agente de policía sube al piso de un ciudadano para ordenarle una cosa así, de motu propio?

Como en la película “Oficial y caballero”, a la delegada le hace falta una lección de humildad y de compromiso. Presumiblemente y a la vista de su actuación, Cristina Cifuentes ni es una dama ni es un buen mando policial. Cuando un responsable da una orden equivocada o consiente que otros la den, jamás debe hacer cargar la culpa al último eslabón y tiene que aceptar, o su responsabilidad, o su ineficacia. Su obligación era la de proteger a los ciudadanos, a todos; soñasen el pasado jueves con una flor de lis marchita o con la implantación de la Tercera República.