«Si no pasamos a la acción, el mundo corre el riesgo de no cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París, y los niños de hoy en día heredarán un planeta que ha sido severamente degradado y donde una buena parte de la población sufrirá cada vez más de desnutrición y enfermedades prevenibles». Así de contundente es el informe Alimentos en el antropoceno. Dietas saludables a partir de sistemas alimentarios sostenibles publicado por la Comisión EAT-Lancet. Nuestra dieta no está desvinculada del cambio climático y su efecto sobre la Tierra: el sector agrícola es responsable del 24% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, y el 14,5% de ellas –el equivalente al transporte mundial– procede de la ganadería. Además, el 80% de la deforestación mundial está relacionada con la expansión de la agricultura extensiva destinada, en su mayoría, a alimentar a animales destinados al consumo humano.

«Todo está calculado al milímetro: el puñado de corporaciones que se dedican a la producción cárnica, especialmente de pollo, lo controlan absolutamente todo, desde el huevo (o el feto del animal) hasta la distribución de la carne a las tiendas». El director y productor estadounidense Christopher Dillon Quinn denuncia cuán sistémica es la industria agrícola y ganadera –en especial la avícola y porcina– en su documental Eating Animals, una mirada urgente y reveladora sobre las consecuencias ambientales, económicas y de salud pública de la agricultura industrial. La película, basada en el libro de Jonathan Safran, se proyectó el sábado 26 de octubre como parte del Another Way Film Festival, que celebra  su quinta edición en la Cineteca de Matadero (Madrid).

«Si no se preocupan por el pasado y no pueden tener esperanza por el futuro, solo pueden vivir en el presente, y si las circunstancias les hacen sufrir, esa será la totalidad de su existencia». Natalie Portman, coproductora del documental, pone voz a esta reflexión que da inicio al repaso que Eating Animals hace por el sector agropecuario estadounidense y la vida de las personas (y animales) que malviven gracias a él. «En realidad, la película habla de Estados Unidos porque es lo que conozco y donde vivo, pero nuestro sistema no dista tanto del español o del europeo», reconoce Quinn.

En la década de los setenta, los estadounidenses se decantaron por cambiar radicalmente su alimentación: la comida pasó a ser algo práctico y barato. Por ello, los métodos tradicionales de cría y cultivo fueron desplazados por lo que hoy conocemos como ganadería industrial y agricultura intensiva. En la actualidad, este tipo de producción en masa copa el 99% del mercado en Estados Unidos y tan solo un 1% de los ganaderos tradicionales han resistido a las presiones de las grandes compañías. «Poco a poco nos metieron en la cabeza la idea de que era normal comprar carne a un precio reducido, pero la carne siempre ha sido cara. Se suponía que debía ser algo que comieses esporádicamente y no algo que pudieses tomar en el desayuno, la comida y la cena», explica el director.

Fue el magnate de la industria cárnica, Don Tyson, el que consiguió que el pollo se convirtiese en un alimento básico y fundamental de la dieta estadounidense y, con la globalización y la expansión de la cultura americana y sus cadenas de comida rápida, esa idea acabó arraigándose en Europa. «Como sociedad tomamos esa decisión colectiva de comer pollo cuando queremos a un precio realmente bajo y, sin ser conscientes, destruimos a los pequeños granjeros de Estados Unidos y Europa, de la misma manera que ahora mismo está ocurriendo en lugares como India», reivindica Quinn. Las grandes empresas se han hecho con todo el sector y en ese sistema no hay cabida para los pequeños agricultores y ganaderos: «las megacorporaciones controlan y deciden cómo y cuándo producir y por cuánto vender, sin embargo, no asumen los gastos de las granjas, que no dejan de crecer; los ganaderos apenas tienen margen, pero las empresas se hacen de oro», admite el cineasta.

En cada gallinero o nave industrial se hacinan hasta quince mil pollos y gallinas de los que entre cuatro mil y cinco mil mueren debido a las condiciones en las que viven, sin ver la luz del día o respirar aire fresco. «Sus cuerpos están modificados para crecer lo más posible en el menor tiempo, por lo que en veinte días no son capaces de aguantar su propio peso ni tenerse en pie», advierte el director. Además, recuerda que esos animales, en la mayoría de las ocasiones, no viven más de treinta días antes de ser enviados al matadero. «¿Qué tipo de animal somos para crear un sistema tan deplorable?», se pregunta.

Eating Animals no solo denuncia las condiciones en las que los animales se crían o la injusticia que el sistema supone para los ganaderos, sino también el impacto medioambiental y en la salud humana de este tipo de industria. «Una de las cosas que nos dejó sin aliento durante el rodaje fueron los lagos rosas». Quinn hace referencia a los sumideros a cielo abierto de color chillón –casi fucsia– que muestra en su película y que contienen «una sopa de heces, orina y alrededor de cien compuestos creados por el ser humano, como antibióticos, entre otras muchas cosas». Todo ese caldo tóxico acaba filtrándose en la tierra y los ríos, destruyendo sus ecosistemas. Pero el problema no acaba ahí: «Cuando estás cerca de estos lagos sientes como si te drenaran el aire de los pulmones y se llenaran de metano. Hay personas que viven en esas zonas rurales, alrededor de estas granjas, y suelen ser comunidades afroamericanas empobrecidas sin ningún poder económico», asegura el director de Eating Animals, que reconoce que todas esas personas quedan abandonadas a su suerte en medio de todos esos gases nocivos.

La solución que plantea el documental no es descabellada ni tampoco pasa por una modificación radical en la dieta como convertirse al veganismo. El cineasta propone que nos paremos a pensar antes de comprar y que seamos conscientes del poder que tiene la comida que ponemos en nuestro plato. «Da igual si estás preocupado por el bienestar animal, por tu salud o por el medio ambiente.Con que solo te preocupe una de las tres problemáticas ya tienes motivos para modificar tus hábitos de consumo». Si todos los habitantes del planeta tomasen la decisión de no comer carne tan solo un día a la semana ya empezaría a impactar en el bienestar animal y en el medio ambiente. Eating Animals nos cuenta la historia de un sistema que está roto y solo hay una solución posible: volver a la agricultura y ganadería de siempre, respetuosa con los animales y el entorno y, sobre todo, con nuestra propia salud. La cinta de Christopher Dillon Quinn termina con una frase demoledora: «¿Hacia dónde vamos? Nos dirigimos hacia un Regreso al futuro sin precedentes».

Raquel Nogueira