En su defensa (del año pasado) diré que se fraguó en la situación perfecta: viajes, navidad, rebajas, no muy mal tiempo, fin de año en el mundo, musicales y teatros en las grandes ciudades: un ir y venir contante de gente. Lo que es el mundo globalizado y las ciudades y lugares de vacaciones.

Nos pilló con el pie cambiado y nos hemos pisado el dobladillo de la Salud, en todos los sentidos, en este baile con la vida.

Pero también hemos aprendido importantes cosas y ¡tan simples!, como que toser o estornudar lanza partículas contaminadas de microorganismos a una velocidad de vértigo y a distancia considerable, hemos aprendido a no toserle o estornudarle a otro encima, que los pañuelos con los mocos no se guardan en los bolsillos, todo lo cual es una guarrería, por otra parte, como se les dice a los chiquillos.
También hemos aprendido que lavarse las manos, eso que nos decían de pequeños, hay que hacerlo de verdad y no sólo antes de comer.

¡Y qué decir de lavar las frutas, verduras! Ah, ¿pero hay que lavarlas? me preguntaban algunos sorprendidos. ¿Dónde ha crecido este? Me preguntaba yo.

Eso de quitarse los zapatos al entrar en casa no es solo para no manchar con tierra o barro, para eso está el felpudo, que no es solo un adorno de “Bienvenidos a mi casa”.
Con todo lo que hemos aprendido/recordado, y por no extenderme, hemos mejorado la “higiene básica”.

Hemos ampliado nuestro vocabulario, tal cual en otros desgraciados años aprendimos sobre economía, primas malvadas (la de riesgo, que es de lo que no hay) y sobre unos fondos que a pesar de su nombre no preservan ninguna especie en extinción, sí, esos… los fondos buitre. En este año pasado hemos aprendido sobre epidemiología, palabra que hay que pronunciar despacio para no atragantarse.

Hemos sabido que existe el “paciente cero” que es, posiblemente por primera vez, el primero en algo (y tan feliz oiga, aunque sea por algo chungo).

Y una palabra nueva: supercontagiadores. Esta da miedo solo con pensarlo. No es un poder extra en un videojuego; aunque lo mismo ya existía, todavía no me ha aparecido en ninguno pero confieso que mi experiencia en videojuegos es limitada. Aunque este año de confinamiento, por fin se cumplió mi sueño de aprender a manejarme, sin mirar, el mando de la play, jugar y acabar un juego.

Bueno que me voy del tema… Un supercontagiador es, sin saberlo, como una especie de spray andante. Pobre, ¡qué sino! No es culpa suya. No obstante, desde que se sabe quienes son, los han contratado en ciertos puestos de atención al cliente aprovechando que no hay quien les diga que no, o persona que se les resista.

Hemos aprendido lo que importa de verdad: nosotros, nosotras, las personas y el planeta en el que vivimos.

Hemos aprendido que nos necesitamos. Que la soledad es un desastre al que algunos estaban haciendo la vista gorda.

El tacto es un sentido menos valorado que otros. En el ámbito intrauterino los bebés desarrollan el sentido del tacto en fases muy tempranas y, desde relativamente pronto, el tacto es un medio para comunicarse con el/la bebé.

El tacto nos hace saber que existimos, que somos algo diferente al exterior, nos protege y comunica. Los recién nacidos que no son tocados al nacer tienen menos probabilidades de sobrevivir y si prosigue tal calamidad a lo largo de su incipiente vida, la falta de contacto físico afectuoso afecta a la capacidad de tener una vida mental y emocional saludable.

Necesitamos el contacto físico cariñoso y no sólo la palabra. Sentirnos y no sólo una larga lista de amigos de mentirijillas. Cuántas veces un solo gesto, una mano afectuosa hace más que mil palabras, o que dos: “estoy aquí”.

Uno de mis deseos es que no olvidemos lo aprendido. Sigamos siendo humanos. Es un privilegio y un gran poder por lo que “conlleva una gran responsabilidad”.

Aprovecho, querido/a lector/a a pedirte que cojas la mano de alguien cercano, sonrías y le digas: “aquí estoy”. Si no te sale, entrena, tan difícil, no es.