Estos avances que, en otros países han ganado ya terreno a las formas clásicas, han calado poco en un país en el que las relaciones sociales, que no el trabajo en equipo, priman en todos los ámbitos de la vida.

Está claro que un factor a tener muy en cuenta en este tema es el porcentaje de empleos que permiten el teletrabajo y que varía sensiblemente de unos países a otros por las propias características de los sectores productivos; no hay que olvidar que, en España, el sector turístico: hoteles, restaurantes, bares, etc., tiene un peso nada desdeñable en la economía. Si miramos a nuestro alrededor, en las regiones de las capitales de países vecinos como: Reino Unido, Bélgica, Francia, Luxemburgo y Suecia, más del 50% de los empleos se pueden llevar a cabo mediante la modalidad de teletrabajo. Por contra, en algunas zonas de España, Grecia o Rumanía, esto solo es posible para el 20% de los empleos según datos del BCE y esto incide de manera decisiva en las diferentes velocidades en su implantación.

Al mirar el número de empleados que trabaja desde casa, ya sea regular u ocasionalmente en Europa, también encontramos diferencias entre los países de nuestro entorno, aunque hay que reconocer que en los últimos años en España, se ha notado un aumento, hemos pasado de un 2,5% en 2009 a un 3,2% en 2018, estamos lejos de la media de la UE que ha pasado de un 7,8% a un 9,9%, y de la eurozona: de un 5,8% a un 8,2% (Fuente: INE)

Si contamos con que en España más del 80% de los hogares con, al menos, un miembro entre 16 y 74 años dispone de ordenador y más del 90% cuenta con acceso a internet, parecería lógico pensar que estamos en una buena posición para que el teletrabajo despegue de una vez por todas y se convierta en una opción a tener en cuenta ante los retos que tenemos por delante; y no hablo solo de esta época de pandemia en la que se ha hecho imprescindible protegernos de los contagios y, proteger así a los más vulnerables, nuestros mayores y las personas con enfermedades crónicas que conviven con nosotros, o a tratar de evitar que se sigan saturando las UCI de nuestros hospitales, si no a hacer de nuestras ciudades lugares más acogedores, respetuosos con el medio ambiente, sanos y tranquilos, fomentando el ahorro de combustibles fósiles y, algo muy tangible para cualquier hijo de vecino, importantes ahorros de tiempo en el día a día de los cientos de miles de trabajadores que, en grandes ciudades, pierden más de una hora de media en los desplazamientos al trabajo hacinados en los medios de transporte público.

Pero si bien a priori todo parece ventajas para un modo de trabajo que se ha mostrado eficiente y eficaz, no podemos pasar de largo que en su contra cuenta con un poderoso argumento: el presencialismo.

Me consta que hay empresas, en su mayor parte privadas, que están aprovechando esta convulsa etapa para adaptarse a nuevos usos incorporando el teletrabajo a su filosofía productiva más allá del Covid 19, pero mucho me cuesta creer que en muchas de nuestras vetustas y anquilosadas empresas públicas se esté trabajando con ganas en esta posibilidad.

No puedo imaginar a los directivos dinosaurios afectados por el síndrome del presencialismo de estos entes empresariales, estudiando en serio las medidas más adecuadas para que, las cientos de hormiguitas que pueblan sus reinos de taifas de ocho de la mañana a siete de la tarde, con más o menos aprovechamiento real, desarrollen sus funciones a distancia y dejándolos solos y abandonados en sus tronos de terciopelo raído y metal oxidado. No, no lo veo posible.

Trabajando desde casa nada va a ser igual en sus vidas; esos largos momentos de café a primera hora de la mañana con todos los subordinados haciéndoles corro pendientes de sus sabias palabras, aún en esta época en la que tenemos totalmente contraindicadas las aglomeraciones; los desayunos de media mañana, las comidas de trabajo con partida de mus incluida, y tantos y tantos duros momentos laborales, nada de eso es posible si los curritos deseosos de medrar a través del dedo de dios, trabajasen desde sus domicilios y se dedicasen exactamente a eso, a trabajar. Estoy convencida de que aquello de que “es que no os veo por la oficina”, va a pesar mucho en la decisión y estos engendros antediluvianos van a perder un tren que, en mentalidades mucho más abiertas y menos mezquinas, circula ya a buen ritmo.

 

Julia de Castro Álvarez es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional.